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La poeta colombiana Andrea Cote entrevista a Lauren Mendinueta para About.com

La poeta colombiana Lauren Mendinueta publicó recientemente su libro de poemas Del Tiempo, un paso, del cual incluimos una selección poética. Este texto confirma la vocación de una de las más relevantes voces de la actual poesía colombiana.

La poesía de Lauren se caracteriza por ser una intensa meditación sobre el mundo y por la pregunta constante por la condición humana. Su escritura es, en sentido estricto, un mecanismo de pensar la vida. Dicha búsqueda está siempre en su palabra avocada hacia la claridad, ya por su verso limpio y sosegado, ya porque cada uno de sus textos está escrito en el tono y la apertura de la confesión. En cualquier caso, Lauren nos ofrece una honesta reflexión sobre la experiencia de vida expuesta a los misterios del amor y el tiempo. En todo esto, transita, por supuesto, una cierta melancolía, natural en tanto todo viaje hacia la lucidez es una herida de luz. Aquí una entrevista con la poeta:

A.C. ¿Cuáles crees que son los elementos que determinan tu poesía?, más aún, ¿hacia dónde va tu búsqueda y a qué valores poéticos te adscribes?

L.M. Me gustaría que mi poesía combinara las ideas con la belleza. Siempre he buscado en la escritura poética un lugar donde interiorizar lo vivido, pero al mismo tiempo un lugar para vivenciar lo imaginado. La mía es una búsqueda metafísica porque lo que me interesa es la experiencia espiritual que surge del rito de apartarse del mundo para realizar una tarea tan anodina como lo es la escritura de un poema. Yo suelo compararlo con el acto de orar. Ambas tareas pueden parecer inútiles, pero hay quien lo hace como parte de su supervivencia espiritual.

 

A.C. ¿Qué transformaciones crees que ha tenido tu escritura desde tu publicación más temprana Primeros Poemas (1997) hasta el más reciente de tus títulos Del tiempo, un paso (2011)?

L.M. Mi escritura se ha transformado bastante desde mi primer título. Es normal. Siento que he ganado en el manejo de los recursos literarios con las lecturas y el ejercicio del oficio. Con los años mis poemas se ha hecho más trasparentes, mis ideas y mi forma de expresarlas más claras. Conservo, eso sí, el interés por los mismos temas: la muerte, la infancia, el sentido de la vida, la añoranza y el amor.

 

A.C ¿Qué piensas de la poesía de tu generación? ¿Te sientes identificada con una generación literaria?

L.M. La poesía es un género exigente que necesita de distancia para ser ponderada en su justa medida. Decía Octavio Paz que los poetas son consagrados con al menos dos generaciones de retraso. De alguna manera tenía razón aunque no se aplique a todos, claro. ¿Qué edad tienen los poetas de mi generación? ¿entre treinta y cuarenta años? lo que más me llama la atención es el elevado número de excelentes mujeres poetas. Es un fenómeno nuevo que no se había dado en generaciones precedentes. Encuentro que la poesía escrita por las mujeres de mi generación es bastante más arrojada e innovadora que la escrita por sus contemporáneos varones. Podría darte diez nombres de poetas mujeres que pienso que llegarán a convertirse en grandes poetas y al mismo tiempo tal vez mencione a cinco hombres, nada más. Y no es una cuestión de simpatía de género, es mi opinión honesta como lectora. ¿Me siento identificada con una generación? no sé responderte. Nunca lo he pensado realmente. No me interesan las posturas generacionales sino la tradición literaria.

 

A.C. ¿En qué medida influye en tu experiencia como escritora el vivir fuera de tu país y en el contexto de otra lengua? ¿Cuáles son las huellas de ese proceso en tu escritura?

L.M. Resido en Lisboa. Una ciudad que desde el primer día ha ejercido sobre mí una verdadera fascinación. Lisboa es luminosa, transparente y acuática. El escenario perfecto para escribir poesía. No sé cuánto tiempo durará esta experiencia, quizá en unos años vuelva a cambiar de país o me instale aquí para siempre. Lo único que tengo por seguro es que esta ciudad, este país, me ha transformado y esa transformación se refleja también en mi escritura. Mi poesía de los últimos años se refiere mucho a Colombia pero tal vez no habría podido escribirla en Colombia. Es una de las paradojas de la escritura.

 

 

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Lauren Mendinueta

Lauren Mendinueta

Yamit Amat Serna entrevista en vivo y en directo a Lauren Mendinueta para su programa radial “Rincón púrpura” en La F.M. de RCN Colombia. Abajo el enlace para escuchar los 13minutos de la entrevista.

http://www.lafm.com.co/node/110757

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Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547 – Madrid, 1616) murió el 23 de abril de hace trecientos noventa y tres años. Una manera de rendirle homenaje es reproducir una breve semblanza novelístico-biográfica suya extraída de la novela Amarilis, del escritor mexicano Antonio Sarabia, que Belacqva publicó recientemente en su colección Verticales de bolsillo. La foto que pueden apreciar en el margen izquierdo la tomé yo misma en México durante una lectura de poetas Infra, grupo al que perteneciera el hoy célebre Roberto Bolaños. Con ella gané un premio de fotografía convocado por Caja Madrid de España en 2005.

Le hice a Antonio varias preguntas relacionadas con el capítulo dedicado en su novela a Cervantes. Para los lectores esta corta entrevista es una buena introducción.

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Lauren: tu novela Amarilis trata sobre los últimos años de Lope de Vega. ¿Cómo se relaciona su vida con la de Cervantes?

Antonio: el texto se inspira en el hecho de que don Miguel de Cervantes Saavedra habitó los últimos años de su vida la calle de León, que en justicia debería llamarse ahora de Cervantes, casi esquina con la entonces de Francos donde Lope de Vega residía y que, por esa razón, debería llamarse hoy de Lope de Vega y no de Cervantes. Ambos debieron coincidir a menudo en el vecindario, como hacen en la novela don Miguel y los hijos de Lope.

Lauren: es muy curioso este tema referido al Madrid de los Austrias, actual corazón de la ciudad, ya que, como dices, algunos nombres de calles no corresponden a los que en justicia deberían llevar.

Antonio: sí, y ya que estamos en ello, hay que añadir que la imprecisión y arbitrariedad de la nueva toponimia del barrio no es su única injusticia: casi frente a la aún en pie casa de Lope de Vega, donde se ha instalado su museo, sale una callecita que va de la primitiva calle de Francos (actual Cervantes) al convento de las monjas Trinitarias en la antigua de Cantarranas (ahora de Lope de Vega) donde, como veremos en el texto, fue enterrado el autor de El Quijote. En esa breve calle, aún llamada del Niño Jesús, hay una placa alusiva que señala el domicilio de don Francisco de Quevedo y Villegas sin hacer ninguna mención a don Luis de Góngora y Argote, quien vivió también en ese mismo lugar desde su llegada a Madrid, a finales de abril de 1617, hasta su regreso a Córdoba, enfermo, desilusionado y empobrecido, diez años más tarde. Se marchó porque Quevedo, quien le odiaba, tuvo la maligna idea de comprar la casa para darse el infame placer de lanzarlo a la calle. Y luego le divertía contar que para perfumarla / y desengongorarla / de vapores tan crasos / quemó como pastillas Garcilazos.
Lauren: se dice que el novelista es hasta cierto punto cada uno de sus personajes. ¿En Amarilis cómo te identificas con ellos?

Antonio: volviendo a don Miguel de Cervantes, el hecho de que viviera sus últimos días “a la vuelta”, diríamos en México, de la casa de Lope de Vega, da pie, como explicaba al principio, a sus esporádicos encuentros con Marcela y Lopillo y al afecto y admiración que despierta en el hijo menor del Fénix de los Ingenios. Una admiración que no es sino una réplica de la que le profeso yo mismo, opinaría Flaubert, pero que juega un papel importante en la vida del personaje y se mantiene invariable hasta el final de la novela.

Lauren: Antonio, muchas gracias por responder a mis preguntas y por permitirme transcribir para los lectores de Inventario, el primer capítulo de la parte tercera de tu novela Amarilis.
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A la pequeña hija de Lope de Vega, Marcela del Carpio, le mortifica tener que visitar a Marta de Nevares en su domicilio de la calle del Infante. Es cierto que experimenta una afectuosa devoción por la joven protegida de su padre y que ambas casas están apenas separadas por unos doscientos pasos, pero a Marcela el camino le parece largo y lóbrego. La estrechez de la calle donde Marta vive, y la altura de la exigua docena de casas que la componen, la vuelve tenebrosa, húmeda, sombría, inaccesible al menor rayo de sol.
A ella lo que le encantaría es detenerse, como en otras felices ocasiones, a mitad del camino; justo al final de la calle de Francos, donde hace esquina con la calle del León, en la morada de aquel viejo soldado, inválido de la mano izquierda, que tantas veces le había obsequiado refrescos y golosinas antes de morir varios meses atrás.
Ella y su hermano Lopillo lo conocieron por casualidad, un día como otros tantos en que vagaban sin rumbo por el vecindario. Él estaba a la puerta de su casa y los invitó a pasar. Los hijos de Micaéla de Luján, observó con una sonrisa afable, como si los recordara de tiempo atrás. Les contó que había sido amigo de su padre en una época en que también a él le dio por surtir con sus escritos los corrales de comedias, y hasta estuvieron medio emparentados a través de doña Isabel de Urbina, la dama con quien su padre contrajo primeras nupcias muchos años antes de que ellos nacieran. Pero donde llegaba Lope de Vega no cabía nadie más, les confesó con genuina admiración, sin sombra de resentimiento. Todos los farsantes y cómicos del reino se disputaban sus escritos; no querían saber de nada que no viniera de las manos mismas del Fénix de los ingenios. Él decidió entonces dedicar su pluma a otros menesteres, donde no entrara en competencia con aquella tempestad creadora, con aquel monstruo de la naturaleza, como le llamó una vez en un encendido encomio, y se puso a escribir novelas. Fue el primero en hacerlo en castellano, porque las que hasta entonces existían en nuestra lengua eran traducciones de algún otro idioma. Ahí, en esa labor, Dios, con su infinita bondad, le concedió el renombre y el prestigio que antes le había negado en las comedias.
A partir de aquella primera mañana, Marcela y Lopillo comenzaron a frecuentar al anciano baldado en su plácida y aseada vivienda, sin saber que serían los compañeros de sus últimos días. Una vez le mencionaron el nombre a su padre y éste, al oírlo, respondió con un despectivo enarcamiento de cejas. No tenía ningún interés en Miguel de Cervantes Saavedra. A ellos, en cambio, les encantaba escuchar sus historias. Ella se estremecía de placer con las divertidas aventuras de aquel caballero loco, protagonista de uno de sus libros, que recorría los llanos de la Mancha acompañado de un ocurrente labrador que le servía de escudero. El desdichado orate embestía molinos de viento que tomaba por gigantes y socorría fregonas que imaginaba princesas en desgracia. Lopillo, en cambio, se interesaba más por los hechos de armas y la historia. Seguía fascinado la detallada relación de batallas navales en un mar que aún no le era dado conocer. El buen viejo les contó una vez que, habiendo sido soldado en su juventud, participó en la más gloriosa expedición militar de la Armada Invencible y hasta había sido cautivo de los moros.
Marcela recuerda las mejillas encendidas de su hermano y su mirada extraviada en aquel horizonte azul y humo al que lo acercaban las palabras del antiguo soldado. Caída Nicosia y sitiada Famagusta, último baluarte de la cristiandad en la isla de Chipre, la flota turca se había adueñado del mar Jónico. Sus navíos asolaban las costas de Italia, aterrorizando a sus moradores con frecuentes desembarcos. Los infieles arrasaban con pueblos y aldeas tomando como botín a sus habitantes. Miles de mujeres, hombres y niños, eran cargados de cadenas y vendidos como esclavos. Los más fuertes terminaban remando en las galeras, las mujeres y los niños distrayendo a los bajás en sus harems.lepanto5.jpg picture by antoniosarabia
Indignados por tan tristes acontecimientos, los reyes de la cristiandad, persuadidos por su santidad el papa Pío Quinto, formaron una alianza para combatir al turco. Reunieron entre todos una armada de más de doscientas galeras, reforzada con media docena de galeones de alto bordo, que pusieron bajo el mando de don Juan de Austria, hijo natural de Carlos Quinto y medio hermano de su majestad Felipe Segundo, a quien Dios tenga en su gloria. Al enterarse de los preparativos cristianos, la flota turca se replegó hacia el golfo de Patras, echando anclas en las tranquilas aguas del puerto de Lepanto. Hasta ahí fue a buscarla ese rayo de la guerra, Don Juan de Austria, quien no temía desafiar a la fiera en su cubil.
El hombre cerraba los ojos como para recordar mejor, y describir a Lopillo, las galeras cristianas alineadas en la rada de Mesina antes de la batalla, los cánticos solemnes durante la santa misa, y la figura del nuncio Papal enhiesto en lo alto de un bergantín, bendiciéndoles al salir de la bahía. Al niño le brillaban los ojos al imaginar, recuerda su hermana, los pabellones venecianos, genoveses, malteses, españoles y austríacos ondeando al aire en las puntas de los mástiles, mientras la flota cristiana se desplazaba por las azules aguas del golfo de Tarento, atravesando luego entre las verdes colinas del estrecho de Otranto y haciendo un alto en Corfú para informarse del paradero y la potencia de la armada turca: aquellos evasivos trescientos barcos de guerra musulmanes, orgullo de los astilleros del Bósforo, los Dardanelos y el Mar Negro.
Durante su siguiente escala, anclados por la tarde frente a la isla de Cefalonia, los cristianos recibieron las desgraciadas nuevas sobre la caída de Famagusta. Todos los defensores de la plaza habían sido pasados a cuchillo y a su gobernador lo despellejaron vivo. Supieron además que los infieles estaban al tanto de los movimientos de la flota que se acercaba, conocían sus efectivos y se preparaban para un combate decisivo. Todos los guerreros integrantes de las guarniciones costeras habían sido retirados de sus fortines para congregarse a bordo de la armada Otomana.
Al amanecer del domingo 7 de octubre de 1571 aparecieron las primeras velas turcas. Venían saliendo de Lepanto, viento en popa, desplegándose por toda la bahía. Una galera turca disparó un lejano cañonazo en son de reto y la nave capitana respondió aceptando el desafío. Don Juan de Austria hizo maniobrar sus veleros de manera que la flota de reserva quedara oculta a la vista del enemigo, y comenzó a recorrer las hileras de bajeles a bordo de una rápida fragata arengando a sus soldados y prometiendo la libertad a sus galeotes si ganaban la batalla. De vuelta en la nave capitana hizo enarbolar un enorme crucifijo junto al estandarte de la liga al tiempo que todos se postraban de rodillas para recibir la absolución de sus pecados y la indulgencia plenaria de los enviados del Papa.Lepanto2.jpg picture by antoniosarabia
Al filo del mediodía, cuando las dos flotas se encontraron por fin a tiro de cañón, el redoblar de cajas y tambores y los alaridos de los guerreros animándose al combate llenaban el ambiente con un estrépito ensordecedor. Los turcos atacaron primero, tratando de introducir sus ligeras embarcaciones entre las más pesadas que don Juan había colocado en primera línea de batalla. Los certeros cañonazos españoles causaban enormes bajas en el centro de la escuadra musulmana mientras en el flanco izquierdo Agostino Barbariego hacía maniobrar las galeras venecianas para encajonar el ala enemiga entre sus cañones y los bancos de arena de la costa. El ala derecha, en cambio, empezó a ceder ante el empuje de Uluj Alí, virrey de Argel. Los malteses luchaban en inferioridad numérica contra los corsarios berberiscos hasta que el almirante genovés Juan Andrea Doria, que se había mantenido algo alejado de la lucha, se acercó comandando los refuerzos.
El anciano hizo una pausa, sonriendo bondadoso ante los ojos embobados de Lopillo. ¿Y él? preguntó el niño; ¿él? continuó la voz grave, él iba en la Marquesa, una nave capitaneada por el valeroso Don Francisco de San Pedro. Al aproximarse se dieron cuenta de que el barco insignia de los Malteses sucumbía ante el vigor de los enemigos de la cruz y acudieron en su ayuda. El tronar de los cañones y el fragor de las culebrinas se aunaba a los zumbidos de las flechas, al seco estrépito de los arcabuces y a los alaridos de odio, dolor y rabia de los combatientes. El olor a humo y pólvora se mezclaba con el del mar y la sangre para enardecer los sentidos. Él era entonces más joven, poseía la audacia, la temeridad, que sólo es posible desplegar en esa primera juventud. Tal vez por eso le habían confiado el mando de una compañía de doce hombres. A pesar de encontrarse enfermo con fiebres altísimas, se levantó del lecho para subir a cubierta y ponerse al frente de sus soldados. Quería darles ejemplo de valor abordando primero a los infieles. Cuando los tuvieron a su alcance saltó espada en mano a la galera musulmana para batirse con los moros. ¿Qué pasó después? Él sólo recuerda el final de la lucha. Se ve a sí mismo lleno de heridas, con dos arcabuzazos en el pecho y el brazo izquierdo para siempre inutilizado, teñido de rojo de pies a cabeza, convertido él mismo en una enorme mancha de sangre en la que la propia se confundía con la de sus enemigos.
Ya no alcanzó a ver a la nave capitana asaltando la galera real de los infieles ni a los tercios españoles acuchillarse con los jenízaros que la defendían; no vio al generalísimo turco caer herido de un arcabuzazo ni al humilde galeote a quien habían quitado esa mañana los grilletes erguirse como ángel vengador sobre su cuerpo indefenso y cortarle la cabeza. Escuchó en cambio el atronador alarido de victoria que siguió al suceso y contempló arriarse el pabellón del profeta del bajel que acaudillaba a los infieles.
El propio don Juan de Austria lo felicitó después de la batalla y le aumentó la paga a cuatro ducados. A partir de aquel momento el mundo pareció sonreírle. Fue más tarde, cuando volvía lleno de ilusiones a su patria, bordeando la costa de Francia, que le salieron al paso dos galeotas de piratas turcos, lo tomaron prisionero y lo vendieron como esclavo ¿Cuánto tiempo duró cautivo de los moros? preguntó Lopillo con los enormes ojos abiertos, ansiosos, apenados, interrogantes, recogiendo el casual encogimiento de hombros con el que el anciano quiso restar importancia a su desventura. Varios años. Varios siglos más bien, replicó el niño, que conocía de oídas los trabajos y tormentos que los infieles imponen a sus prisioneros. ¿Hizo algún intento de escapar? Muchos, respondió el viejo sin poder evitar un relámpago de orgullo que iluminó un instante sus cansadas facciones, pero fue capturado una y otra vez hasta que una orden religiosa, la de la Santísima Trinidad, apiadándose de sus miserias, pagó el rescate que los infieles exigían para ponerlo en libertad.
A pesar de la fama que les dijo haber alcanzado en vida no tuvo mucha compañía a la hora de su muerte. Marcela y su hermano siguieron a distancia el magro cortejo fúnebre, sin acercarse demasiado por temor a las severas barbas y espejuelos de los contados asistentes. La esposa y la sobrina del noble viejo, enlutadas y llorosas, encabezaban la procesión. No tuvieron que caminar mucho para llegar al vecino convento de las monjas Trinitarias donde las buenas hermanas acogieron los restos del anciano para darles sepultura. Lopillo, recuerda Marcela, marchó todo el tiempo con el rostro bajo y los ojos llorosos. Luego se quedó prendido a las rejas de la entrada hasta que salió el último de los asistentes. Al volver a casa aprovechó la primera ocasión que se le presentó para hacer rabiar a su padre, cosa que éste le hizo pagar con la consabida azotaína. Él la aguantó a pie firme, con los labios apretados y los ojos secos, chispeantes de soberbia. En ese momento, Marcela tuvo por primera vez la intuición de que lo que más irritaba a su hermano era la sotana de su padre. Él hubiera preferido ser el hijo de un soldado, de un héroe de la guerra como el que acababa de acompañar a la tumba.
Antonio Sarabia (Fragmento de Amarilis, Verticales de Bolsillo, 2009)
Lea más en el blog del autor: Los Convidados

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En la Semana Negra de Gijón tuve ocasión de conocer a  Juan esteban Costaín (Popayán, Colombia, 1979). Su primera novela El naufragio del imperio fue finalista este año del Premio Espartaco a la mejor novela publicada en español en el 2007. El libro no ha sido editado aún en España, esperemos que esta importante nominación anime a sus editores.

Me gustó encontrármelo porque además de ser muy inteligente y culto es una persona bastante simpática. No quise desaprovechar la oportunidad para hacerle una entrevista, se lo propuse y acepto. Nos encontramos a las cuatro de la tarde del miércoles 16 de julio en un bar junto al Puerto Marítimo, muy cerca al hotel en el que nos alojábamos. Juan Esteban habla despacio pero con seguridad; es de sonrisa fácil pero de carcajada difícil. Se le ve muy cómodo aunque transmite cierta de timidez. No me cabe la menor duda de que él es uno de los autores más interesantes de la actual literatura colombiana. (más…)

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De un tiempo a esta parte a mi al rededor solo se habla de Noela.

ANTONIO SERRANO CUETO ENTREVISTA A ANTONIO SARABIA A PROPÓSITO DE “PRIMERAS AVENTURAS DE NOELA DUARTE”

1. ¿Cómo surge la idea de escribir un libro “a seis manos”? Tarea fácil no es, y mucho menos cuando los autores residen en distintos países. Sin embargo, has confesado que ha sido una de las experiencias más enriquecedoras de tu carrera de escritor.

En el principio no está el verbo sino la amistad. El verbo viene después y hay que sentirse bien arropado dentro del verbo de los demás. Es decir, la relación con Fajardo y Ovejero viene de muy lejos. Está llena de afecto, admiración, respeto mutuo y una gran complicidad. Sin estos elementos fundamentales, la tarea habría resultado imposible. No solo tienes que conocer y apreciar el estilo literario de los autores con quienes te vas a asociar, tienes que gustar de antemano de él y aceptar que cualquier cosa que se les ocurra es válida dentro del trabajo de conjunto.

2. ¿Quién es Noela Duarte? Muchos lectores pueden preguntarse si realmente existió esta extraordinaria mujer. Lauren Mendinueta y tú mismo la presentáis en vuestros blogs plena de realismo, pero al mismo tiempo con un perfil muy literario.

Digamos que Noela Duarte existe. La protagonista del libro nace de un personaje independiente que rebasa largamente al que hemos recreado entre los tres. Tiene una historia personal, una biografía que no ha sido agotada ni mucho menos, por lo que apenas hemos empezado a contar en “Primeras noticias de Noela Duarte”. ¿El personaje de la novela ha sido creado por nuestra imaginación?: sí. ¿Existe de manera independiente más allá de nuestra imaginación?: también.

3. La protagonista de la novela es una mujer moderna, profesional del periodismo y destacada fotógrafa. La historia transcurre además en la segunda mitad del s. XX. ¿Hay en Noela algún tipo de reivindicación feminista?

La verdadera feminista, para mí, es en primer lugar, una mujer orgullosa de su sexo y de su calidad de mujer, no una de tantas despistadas que andan por la vida negando su propia naturaleza y queriendo imitar la del hombre. Eso me parece un desperdicio y una lástima. En ese sentido, Noela Duarte es una real hembra: inteligente, sensible, arrojada, independiente, hermosa e intensamente femenina. Sus atributos, en cuanto mujer, no son ni mejores ni peores que los del hombre, sólo diferentes. Y ella los hace valer como tales.

4. ¿Que valores destacaría en Noela Duarte?

El personaje femenino con quien más me gusta comparar a Noela Duarte es la Porcia shakespeariana de El Mercader de Venecia. Es la heroína que más admiro desde la adolescencia. Creo que ambas comparten muchos atributos. Volviendo un poco a lo del feminismo, Porcia es un personaje mucho más atrayente y admirable que todos los protagonistas masculinos de El Mercader de Venecia. Sin embargo, no deja de ser mujer. A Porcia la mueve el amor por un hombre. A Noela la mueven multitud de diferentes razones pero el resultado es el mismo. Triunfan en lo que hacen.

5. En la infancia de Noela Duarte está presente la música, sobre todo por el trabajo de su padre en la orquesta. ¿Qué protagonismo tiene la música en la novela? Eric Clapton, Oswaldo Duarte, Carlos Esquívez… ¿Hay un homenaje en este libro a la música de guitarra?

Los tres autores tenemos una gran debilidad por la música. Fajardo y yo, en particular, por la música latinoamericana. Somos fanáticos de los boleros y de la música tropical. Noela es medio cubana, su padre se ganaba la vida tocando en una banda y el apellido Duarte tiene una gran tradición en la música cubana. Ernesto “Tito” Duarte fue un famoso multiinstrumentalista y Rafael Duarte es un mítico pianista y compositor de boleros. Es natural que el factor música aparezca, tan ligado a la vida de Noela, aparezca en el libro. En cuanto al hecho de que Oswaldo, el padre de Noela tocara la guitarra y Carlos Esquívez también, me parece más bien una coincidencia.

6. ¿Qué representa este libro en su carrera literaria?

Es una primicia en cuanto trabajo colectivo y un apunte de qué tan lejos se puede llegar en la colaboración con otros autores. He dado a leer la novela a algunos amigos que se supone nos conocen bien, tanto a nosotros en lo personal como a nuestro estilo literario en particular, y han sido incapaces de identificar con certeza quién de los tres escribió tal o cual episodio. En ese sentido “Primeras noticias de Noela Duarte” es un experimento exitoso. El Internet y los medios de comunicación masiva nos permitieron trabajar juntos y sin trabas. A pesar de que Fajardo está en París, Ovejero en Bruselas y yo en Lisboa la comunicación fue siempre excelente. Cada uno podía enterarse al instante de lo que hacía el otro o consultar cualquier duda. Pienso que otros autores seguirán nuestros pasos. Puede volverse una forma habitual de colaboración en el futuro.

7. Finalmente, enumera para los lectores tres motivos por los que han de leer este libro.

Hombre, sólo voy a enumerar uno: es buenísimo.

El libro Pimeras Aventuras de Noela Duarte se presnta mañana 12 de junio en la Feria del Libro de Madrid en el pavellón de Círculo de Lectores a las 20 h.

Etiquetas: Antonio Sarabia, Antonio Serrano Cueto, au, entrevistas, heroína, Literatura hispanoamericana

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El pasado enero, durante el Hay Festival de Cartagena, mi amigo Libardo Barros Escorcia entrevistó al novelista argentino Martín Kohan, autor galardonado con el Premio Herralde por su novela Ciencias Morales en el 2007. Esta entrevista es inédita y hoy se publica en Inventario gracias a la generosidad de Libardo.

CÓMO VIVIR NO SABIENDO CUANDO EN VERDAD SE SABE

Por: Libardo Barros Escorcia

Los dispositivos en los que se apuntalan los gobiernos despóticos para sustentar su hegemonía empiezan por el constreñimiento de las libertades sociales gracias a que cuentan de antemano con el consenso cínico de un importante grupo de ciudadanos, lo cual les deja el camino expedito para la institucionalización de un desmedido enriquecimiento de los sectores productivos. Cuando los totalitarismos (de derechas, de centro o de izquierdas) se maximizan desembocan en un deterioro o desaparición de las empresas locales lo cual empobrece a la mayoría de la población, lo que, a su vez, termina desatando una demencial violencia.

En la Argentina de Videla, en el Chile de Pinochet, como en el resto de los gobiernos latinoamericanos, imperó en su momento un despotismo de estado, reciclado en la actualidad, el cual se disfraza con sutiles eufemismos, pero sus efectos son los mismos, ya que además del despojo de sus recursos naturales, se somete a estos países a un chantaje económico diseñado por las multinacionales que exigen ventajosas condiciones como garante de la venta de sus productos. Para lograr su cometido se valen de políticos y administradores locales sostenidos a cambio de un sueldo-soborno, a lo que se agrega una serie de estrategias ideológicas (medios de comunicación, religión, educación y penetración cultural, entre otros) para hacerle ver a la población que sin las alternativas planteadas por ellos la vida no sería posible.

En consecuencia, es una falacia imaginar que un país conformado por hombres y mujeres tan dependientes pueda aspirar a ser libre. Es también, en la mayoría de las veces, mentirosa la “crítica social y política” que se ejerce de manera mercenaria en la prensa regional y un descarado artificio la tarea que llevan a cabo las llamadas instituciones de “control” del Estado.

Estos descontentos han sido expresados cientos de veces, con mayor énfasis durante los últimos treinta años por personas que jamás claudicaron ante la hegemonía de los poderes privados (camuflados en el Estado) y toda su parafernalia, pero aún se sigue viviendo como sino se supiera, como si fuera la primera vez que se oyera y, lo peor, como sino existiera la menor disposición para comprobar su certeza.

Las circunstancias que alimentan la obra de Martín Kohan se enmarcan en la historia reciente de la Argentina, común en gran medida al resto de Latinoamérica. En su amplia producción literaria y ensayística establece unos linderos bien claros al señalar que su obra literaria se ocupa de hechos sociales y políticos, pero sólo desde la resonancia que tienen en las personas, del sentido que ganan en circunstancias específicas. Se aprecia en sus textos una amplia reflexión de la circunstancia humana en realidades concretas, ya que en los momentos más difíciles sale a flote la verdad esencial que sustenta la vida de cada individuo, pese a la sociedad en la que le haya tocado vivir.

Estuvimos en su destacada intervención en el marco del reciente Hay Festival en Cartagena de Indias. Sus ideas me suscitaron algunas dudas que valía la pena requerirle en otro tipo de conversación, a la cual accedió con gusto este amable profesor de Teoría Literaria en la Universidad de la Patagonia y la de Buenos Aires.

Nuestro país, al igual que el suyo en su momento, atraviesa hoy día por una especie de amnesia voluntaria, o peor aun, un cinismo institucional en el cual la sociedad se siente rodeada por todas la violencias y, para colmo de males, harta de la galopante corrupción institucional ¿Cómo asume desde su experiencia esta situación?

Interpretaría que no funciona sólo a nivel político y recae en el funcionario público o el militar. La eficacia de ese mecanismo funciona en todos los niveles sociales. Si fuese sólo una estrategia de la dirigencia política o militar no sería tan grave, porque en última instancia la dirigencia quedaría desencontrada de su propia sociedad. Me parece que en realidad es un mecanismo que está entre la evasión y la autoinculpación y que funciona en todos los estratos sociales; creo que es un dispositivo de autoinocentación.

La situación de la Argentina en los años de la dictadura era evidente, pero la maquillaban y el país tuvo que acudir a muchas argucias ideológicas para sostener el orden. ¿Existió alguna complicidad entre los responsables directos de esta circunstancia y quienes no decían nada, callaban descaradamente?

La sociedad argentina, luego de la dictadura, se presentaba a sí misma como doblemente víctima de todo lo que pasó: de la represión estatal y la lucha armada de los grupos insurgentes. La llamada teoría de los dos demonios. Si había dos demonios había una doble victimidad. La sociedad inerme, neutral, rehén, entregada a estas dos fuerzas malvadas que chocaron sobre su cuerpo doliente. Y eso no fue así, creo yo. En primer lugar porque no se puede equiparar a las dos fuerzas. Me parece que fue la solución más cómoda con la cual la misma sociedad pretendió eludir ese punto donde esa pasividad era complicidad y no solamente victimidad. Lo de la complicidad te lleva a la cuestión de si se sabía o no se sabía. Sobre todo algo más complicado, del saber o no saber. ¿Cómo vivir no sabiendo cuando en verdad se sabe? Esto lo rastreé en mi novela desde situaciones habituales. A mi me interesa, por eso, lo que la literatura puede tocar en lo más concreto de la experiencia. Porque es ahí donde los dispositivos de la represión o de la complicidad funcionaban camuflados en la vida cotidiana. Traducir todas estas abstracciones a una materialidad concreta y por lo tanto diaria de esos mecanismos.

¿Qué escritores han profundizado en esa negación de lo evidente?

Algunos escritores chilenos después de la dictadura de Pinochet. Se vio mucho en Argentina desde mediados de los años ochenta. Sobre esta cuestión nombro a Pilar Calveiro. Sus libros han sido para mí un referente de mucha lucidez sobre esta cuestión. Así mismo, los ensayos de Hugo Besetti. Estos autores, entre otros me han ayudado a entender.

En su reciente exposición afirmaba que cuando comenzó la dictadura Argentina tenía nueve años y, por lo mismo, no había formado parte de ninguna militancia, ni supo de las cosas tal como fueron en su momento . ¿Cómo puede contar entonces algunos hechos tal como sucedieron?

Yo no narro desde la vivencia, por cuestiones lógicas. Ni siquiera hago uso del testimonio. Esa no es mi perspectiva, como dije. Hay otros discursos, el histórico, las memorias, que son más adecuados para esa función. Mi literatura no está centrada en los acontecimientos políticos por carecer de una memoria o una militancia de la que deba dar cuenta. Mi acercamiento a estos materiales es distinto del que escribe desde el discurso testimonial. Mi referencia a los hechos históricos es oblicua, dispersa. Nunca en clave realista. Exploro otros aspectos de las circunstancias sociales. Por la sencilla razón de que son más que eso. Son significaciones sobre la realidad pura de los hechos. Es más importante la significación volcada sobre ellos que la realidad de los hechos. Por eso no concedo importancia a la investigación. Tampoco trabajo sobre mis propias vivencias. Le doy gran importancia a los ecos y las resonancias interiores sin preguntarme de dónde vienen.

Sobre la realidad sociopolítica en la cual se enmarca su libro más reciente, Ciencias morales, ganador de un importante premio, ¿cómo asume su vivencia como bachiller del Colegio Nacional de 1980 a 1985 en la debacle de la dictadura y comienzo de la democracia?

No asumo el tema central, que es la autoridad, el autoritarismo, desde mis vivencias. No le encuentro mucho interés. Lo que busqué trabajar en el colegio de la Patria, el de la tradición, el de los próceres, fue la realidad desde las autoridades, más que el mundo de los estudiantes. El aparato de control, el aparato de disciplina, la imposición del sentido del deber. Ver cómo esos dispositivos rigurosos y fuertemente morales no hacen sino llevar a las formas más perturbadoras de degeneración. Por eso muestro a la preceptora, quien pese a su carácter implacable y represivo, cree que lo hace de la mejor manera según sus funciones y obligaciones.

¿Por qué entonces eligió este colegio y no otro?

Porque hace parte de los mitos de la identidad nacional, y esos mitos son importantes porque movilizan voluntades. Además, la literatura me permite enfrentar mi completo escepticismo contra la tremenda eficacia de la mitología nacional. Y otro mito importante que tenemos los argentinos es creer que estamos destinados a la gloria, pero existe en contra nuestra una cierta conspiración internacional. Esa épica nacional del fracaso, tanto en lo político como en lo deportivo. El mejor ejemplo es Maradona, quien viene a ser el resultado de esos dispositivos y a la vez quien mejor los maniobra. Por el otro lado está la épica de la derrota deseable, como sucedió en la guerra de las Malvinas. A mí me interesan esos temas de la mitología patriótica desde distintos modos.

¿Cuál es entonces el verdadero rostro oculto en todo aquello?

Que al profundizar en el mundo de las autoridades y no el de los estudiantes, que fue el que yo viví, descubrí que detrás de todos aquellos seres implacables y siniestros se revelan unos pobres tipos. Lo cual no quita que no merezcan alguna clase de compasión. Videla tiene un hijo con discapacidad mental. Esto podría servir como material para un cuento, si lo ponemos en una cena en su casa. Videla es un tipo muy rígido moralmente, muy convencido, un asesino, pero es un criminal muy convencido de haber obrado completamente en el terreno del bien. Pero, pese a lo aberrante de su comportamiento, es un pobre tipo. Esto aumenta mi desprecio por la sordidez y la miseria de figuras como él presentes aún en todas las instancias de poder en Latinoamérica. Por eso no deja de ser inquietante saber cómo sería una noche, una cena, en casa de esos tipos.

A pesar de la claridad que siempre hace entre el deslinde de la política y sus libros, no ha dejado de hablar de política, ¿qué tan cerca puede estar la política de la literatura y en qué se sirve la una de la otra?

A mí me interesa cuando la literatura es política precisamente porque es literatura. Porque la literatura hace con los hechos políticos y con el pensamiento político algo distinto de lo que la realidad política suministra, ahí está el plus. La literatura no es la continuación de la política por otros medios. Tampoco la literatura es la ventana desde donde se puede ver la política. La literatura es algo en sí mismo. Cuando aborda una situación lo hace para transformarla. Que descubra las significaciones, los imaginarios, que no detecta la realidad política misma. No estoy hablando de reducir la realidad a la literatura. Se trata de ver cómo la literatura interviene sobre esa realidad. Lo que imaginamos forma parte de nuestra realidad; por lo tanto, la realidad incluye nuestros imaginarios. Todo lo que imaginamos está metido en la realidad con las cosas materiales y concretas. No se puede hacer literatura como si fuese la realidad, porque no lo es. Me interesan los efectos que tiene la ficción sobre la realidad, su mediación. Hago la salvedad de que el récord de investigación sobre mis novelas históricas es de 6 minutos, el día que me apliqué.

¿Cuál cree que sea la dimensión pedagógica que tiene su obra en la sociedad?

No lo pondría en términos de pedagogía. Soy docente, pero la función pedagógica que ejerzo como profesor no la trasfiero a mis libros. No pienso la literatura trasmitiendo un mensaje o trasmitiendo una certeza, sino más bien indagando sobre otras cuestiones, poniendo a circular significados que reboten sobre otros significados. Ideas, criterios, sentidos, que reboten sobre otros sentidos y provoquen cosas que no puedo proveer. No soy dueño de una verdad que trasmito pedagógicamente a través de mis libros, yo sólo detecto algunos sentidos y los pongo en circulación en un texto, y eso sé que va a rebotar en la lectura con otros sentidos y con otras sensibilidades, y yo no gobierno ese efecto. Más bien tengo la expectativa de qué va a pasar con eso en la lectura.

¿Lo piensas como una idea que suscita otras ideas?

Así funciona para mí la literatura. No sé lo que suscito. Es mi forma de vida, en realidad. Es un temperamento, también una forma de ser, tan simple como eso.
Se define, pese a su educación judía, como ateo y antisionista, además, como un escéptico y a la vez un irónico no pacifista. ¿No cree que esta es una actitud cínica frente a la vida?
Es bastante difícil definir mi judaísmo. No me casé con ninguna judía, mis estudios primarios los cursé en un colegio judío, lo cual generó en mí un ateísmo indomable y un antisionismo radical. No comparto, prácticamente en nada la política de Yaveh ni la política del estado de Israel. En cambio, sí colaboré con la gente que se fue a plantar naranjos al desierto del Sinaí. Lo que tengo de judío es el humor, el gusto por su música y otros elementos de su cultura. No escribo desde el judaísmo, ni me considero un judío profesional. Tampoco soy esa especie de cínico posmoderno que descreo de todo, que todo me resbala. Si ironizo de las mitologías nacionalistas, eso es otra cosa.

¿Es usted pacifista…?

No soy pacifista. No lo puedo ser porque apoyo la violencia revolucionaria. Sé lo que eso significa en esta época que la sola palabra revolución debe ponerse entre comillas. Pero uno puede constatar cómo la clase dominante ofrece una resistencia violenta con la que hay que contar a la hora de querer cambiar ese poder. Creo en la movilización revolucionaria de las masas. En ello percibo una épica, una forma narrativa con la que se puede mediar entre literatura y política. Como para mí no hay una épica de guerra nacional, lo que me interesa es cómo la literatura argentina volvió sobre la guerra de las Malvinas, cómo la despojó de esa épica guerrerista y le inventó una manera diferente de narrarla. Con ello logró el desmoronamiento de esa mitología nacional. En cambio, sí creo en la épica revolucionaria, porque considero que el mundo es injusto y hay que luchar porque sea más justo.

Libardo Barros Escorcia: Doctor en Ciencias Históricas. Profesor de la Escuela Normal Superior La Hacienda y catedrático de Uninorte.

Fotos de Martín Kohan: Libardo Barros Escorcia

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