Hemeroteca de la sección “autores rusos”

 

 Lo que más me gusta de los Poemas de Navidad de Joseph Brodsky es esa mezcla de reflexión, crítica y ternura que encierran. Su lectura me ayuda a ver la Navidad como un acontecimiento personal importante por encima de lo que representa social o religiosamente. Brodsky resalta en cada texto la relevancia de la vida espiritual donde se encarna el milagro del Advenimiento. Tal vez, como dice el poeta, somos “reyes sin reino que vagan con sus presentes en ambos confines de la tierra”. (más…)

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En 1962 el poeta Joseph Brodsky inició lo que se convertiría en un ritual: escribir cada año entre diciembre y enero al menos un poema que celebrara la Navidad. Una tradición personal urdida por uno de los mayores poetas judios de la historia de la literatura. Fueron contados los años en los que Brodsky no cumplió con esta ceremonia. La primera interrupción, ocurrida en 1964, se debe a un hecho extremadamente desafortunado. Recordemos que ese año Brodsky fue acusado por el gobierno ruso de “parasitismo social” y condenado a cinco años de trabajos forzados en un campo penitenciario de Arjanguelks. Gracias a la fuerte presión ejercida por la intelectualidad occidental, especialmente la inglesa y la norteamericana, Brodsky fue indultado cuando había cumplido una tercera parte de la condena. En 1972 salío al exilio pasando una breve temporada en Londres y otra en Viena antes de asentarse definitivamente en Estados Unidos como profesor universitario. A partir de 1973 los poemas de Navidad fueron escritos casi todos en Venecia, ciudad que el poeta visitaba sin falta cada fin de año. En ella veía reflejada, como en un espejo, a su natal San Petersburgo, también conocida como La Venecia del Norte. Brodsky murió en Nueva York en 1996, y por expresa voluntad, sus restos fueron trasladados al cementerio veneciano de San Miguel, desde donde se divisa plena de belleza a La Perla del Adriático. El último de estos singulares textos navideños está firmado en diciembre 1995. Tardó 33 años en darle cuerpo al libro, los mismos que durara la vida de Cristo, “dando vueltas por la habitación como un chamán, enrollando su vacío como un ovillo, para que su alma supiera algo que sabe Dios”. He aquí el primero de esta serie de poemas. (más…)

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La condición de extranjero hoy nos define como humanos, pese a que vivimos en sociedades en las que el hogar, las fronteras y las leyes sociales son importantes. Lo que se llama mundialización es el invento de un ser humano nuevo que supera las fronteras y se comunica de diversas maneras nuevas. Un extranjero es alguien que puede imaginar los otros mundos y puede trasladarse a otras civilizaciones. En el mundo actual no existe choque de culturas. Hay un poder central del mundo industrial y tecnológico, pero las culturas se resisten a ese poder y se afirman en su medio. Ese enfrentamiento responde al esfuerzo por sobrevivir.

Francia no tuvo la suerte de países como los de América Central o del Sur, que aceptaron una inmigración sin prejuicios. Alemania, España, Italia y Francia se congelaron en un autorrespeto de su historia, y eso es ilusorio. Ahora construyen murallas mentales para impedir la mezcla, pero ésta es una corriente natural. Son sociedades que se vuelven más racistas, más xenófobas.

 Jean-Marie Gustave Le Clézio, Premio Nobel 2008

Leyendo las palabras de Clézio he recordado un poema maravilloso de Ana Ajmátova que bien pueden acompañarlas. 

LA TIERRA NATAL

No la llevamos en oscuros amuletos,
Ni escribimos arrebatados suspiros sobre ella,
No perturba nuestro amargo sueño,
Ni nos parece el paraíso prometido.
En nuestra alma no la convertimos
En objeto que se compra o se vende.
Por ella, enfermos, indigentes, errantes
Ni siquiera la recordamos.

Sí, para nosotros es tierra en los zapatos.
Sí, para nosotros es piedra entre los dientes.
Y molemos, arrancamos, aplastamos
Esa tierra que con nada se mezcla.
Pero en ella yacemos y somos ella,
Y por eso, dichosos, la llamamos nuestra.

Ana Ajmátova
(Versión de María Fernanda Palacio)

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Ayer, 23 de abril, se cumplieron doce años de la muerte del gran escritor ruso Joseph Brodsky. Por la gran admiración que le tengo al autor, no podía dejar que la fecha pasase inadvertida en Inventario. El tiempo corre deprisa. La crónica que publico abajo la escribí hace ya siete años después de una visita a Joseph Brodsky en su última, y por ahora definitiva, morada en el cementerio veneciano de San Miguel.

JOSEP BRODSKY, TODAVÍA NO MÁRMOL

Italia es un sueño que sigue repitiéndose
 durante el resto de la vida.
Anna Ajmàtova

Tomé el tren a las nueve y treinta, en una de las noches más frías del otoño de Viena. Traía la maleta de mi abuela Mercedes, mi London Fog, un ejemplar de Marca de Agua de Joseph Brodsky, dedicado para mí por Álvaro Rodríguez Torres, y un par de botas negras. Cómo definir lo que sentía, ese tren que tomaba iba a Venecia. Y aunque el tren marchaba hacia delante en el tiempo, gastando las últimas horas de octubre de 2001, también retrocedía hasta 1991 cuando desee por primera vez visitar el puerto sobre el Adriático. Esa noche, superpuestos la marcha del tren y mi recuerdo, no viajaba, permanecía frente a la realización de mi deseo. La noche colaboraba a mis sensaciones simulando la nada. El tren se internaba en un túnel que me llevaba sin escalas de Viena a Venecia, de Barranquilla a Venecia. Así, sin tiempo ni espacio, abrí el libro de Brodsky.
En el invierno de 1972 yo era un alma sin peso y Joseph Brodsky llegaba por primera vez a Venecia, acompañado de su maleta y vestido en su propia London Fog. Ambos nos dirigimos a una cafetería; ambos, Brodsky y yo, esperábamos a una veneciana; ambas venecianas llegarían retrasadas, y en el espacio de nuestra espera percibíamos la marca imborrable de Venecia. De Venecia lo primero que uno siente es su olor. El mar se le viene a uno de golpe y lo sacude. Para mí, su olor es el de la lluvia sobre el mar, el del agua marina mojada por el agua celeste.
La vista, que es avasalladora, porque aminora con su fuerza la percepción de nuestros otros sentidos, no interviene mayormente si uno llega en tren a Venecia. La estación de Venecia tiene el encanto de lo bien conservado, y si no encontráramos, tan pronto nos bajamos del tren, la Mc en rojo y amarillo nos parecería estar llegando a una estación del siglo XVIII. Desde la estación del tren uno no ve a Venecia si, como el poeta ruso, llega en invierno y de noche. Tampoco verá la ciudad si es otoño y amanece envuelta en una espesa bruma.
El retraso de mi amiga, la poeta Silvia Favaretto, empezaba a inquietarme, y justo cuando me disponía a moverme de sitio, temiendo haberle entendido mal, apareció ella, vestida en impecable negro, sonreía entre alegre y apenada. Desde el Vaporetto vi por primera vez la ciudad. Mis sentidos pasaron pronto a ser suave acompañamiento. La vista en Venecia, actua como el dedo de un fotógrafo, el cuerpo se transforma en cámara. Instalada en la habitación del palazzo sentí la ciudad detenida en ofrecida belleza. A diferencia de otras ciudades en las que uno presiente se está perdiendo un acontecimiento irrepetible, a Venecia uno puede recorrerla como a un álbum de fotografías, intemporal dentro de múltiples temporalidades. Cuando antes del viaje leía Marca de Agua, me gustaba pensar que como Brodsky visitaría Venecia, ahora que he vuelto siento nostalgia pues mi viaje es ya el pasado y el pasado es padre de la vida como el agua es su metáfora.
Brodsky volvió todos los inviernos con dos o tres excepciones debidas a ataques cardiacos propios o ajenos. La muerte, que con frecuencia nos impide los retornos, le devolvió para siempre a la ciudad. San Michele es el nombre de la isla cementerio de Venecia, allí fui con Silvia para visitarlo. Mi viaje a San Michele no empezó esa mañana del 31 de octubre; había empezado unos meses atrás cuando el poeta Alvaro Rodriguez Torres descubrió que Joseph Brodsky había sido enterrado en Venecia. Él, que tal vez lo escuchó en la radio, y sabía de mi amistad con la poeta veneciana, me envió el dato por email. Yo, a mi vez, le escribí a Silvia Favaretto contándole de nuestra gran admiración por el poeta ruso, y le pedía visitara la tumba llevándole una flor blanca. Para nosotros simbolizaba un homenaje no sólo a Brodsky sino también a Anna Ajmátova, nuestra amada Anna, y en ellos a toda la poesía rusa. Bogotá- Barranquilla, Barranquilla, Venecia, el homenaje incluiría una ciudad más, un poeta más.
Silvia me respondió que aunque ella lo ignoraba pronto descubriría en qué isla se encontraban reposados los despojos del poeta ruso, y, por supuesto, prometía llevar la flor. Transferida la respuesta vía email a Bogotá, Alvaro Rodríguez le escribió al poeta Jorge Bustamante en México contándole de nuestra»intriga internacional». Con Bustamante en Morelia, mejor que con nadie, se completaba nuestro arrojado homenaje. Jorge vivió en Rusia y es uno de los mejores traductores de la poesía rusa al español. Blok, Ajmátova, Sologub, Mandelstan y otros grandes poetas le deben bellísimas traducciones. Pero sobre todo yo, que no leo en ruso, le debo a Bustamante mis primeros acercamientos a esa maravillosa poesía de alma triste.
Todos estabamos emocionados, esperábamos que Silvia escribiera, enviando incluso una foto, sobre su visita a Brodsky. Los afanes diarios entre la universidad, el trabajo y los viajes, le impidieron a Silvia completar lo planeado. Así que esa mañana del 31 de octubre, ella y yo veríamos por primera vez la tumba y colocaríamos la flor blanca. Pero, ¿cómo encontraríamos la tumba de Brodsky? Desembarcamos en una isla casi sobre poblada y sin dirección. Una isla bellísima adornada por lápidas de mármol, bóvedas que ostentan nombres de duques, marqueses y marquesas, bellísimos ángeles y vírgenes que osaron mirar hacia atrás y en sus rostros quedó detenida para siempre la tristeza, paredes con largas inscripciones en latín que hablan al unísono de la furia de Dios y su misericordia. Belleza y silencio. Nos deslizamos entre árboles apenas vestidos de hojas, caminos cada vez más solitarios. A veces nos deteníamos frente a la tumba de un hermoso adolescente, los italianos adornan sus tumbas con fotografías estampadas en porcelana.
Una hermosa música se escucha
mientras el invierno despierta alrededor
está claro que en el puerto de la vida
la muerte es la única soberana (…). El poema de Anna Ajmátova, la traducción de Bustamante, se me vino a la boca; lo escuché como si de otros labios saliera, como si se completara letra por letra en aquellos difuntos. La isla de san Michele tiene tal encanto que uno podría elegirla como residencia inmediata. Uno podría como el personaje de Thomas Mann, Gustav Aschenbach, sumergirse en la agradable monotonía de la isla y elegir la muerte en Venecia. Después de caminar muchísimo, y casi a orillas de la resignación, nos topamos con una guía, una mujer muy joven. Silvia le preguntó por Brodsky, ella amablemente nos regaló un mapa. Sí, allí estaba la tumba, cuidada y llena de flores, en la lápida su nombre en caracteres latinos y cirílicos y las fechas pertinentes. Sobre la lápida un buen número de conchas marinas, treinta y tres, ¿traídas hasta allí para conmemorar la infancia del poeta a orillas del Báltico?
Si San Petesburgo es la Venecia del norte, Barranquilla es la Venecia efímera de América del Sur. Nací en la calle Felicidad, entre Cuartel y Líbano, en la casa de mis abuelos paternos Mercedes y Antonio. La noche de mi nacimiento llovió, abril aguas mil. Cuando llueve en Barranquilla la ciudad se transforma de terrestre a fluvial. Uno puede ver como automóviles y buses son arrastrados por las fuertes corrientes de aguas negras. No hay elementos insólitos bajando por las corrientes. De pequeña vi a mi abuela arrojando el colchón de Israel, un empleado suyo enfermo y muerto de cáncer en la garganta. Vi pasar frente a mi casa: mesas, camas, espejos, cuadros, todo un mobiliario. Mi abuela vio pasar al primer muerto en un arroyo, un médico que se ahogó dentro de su automóvil. Para mí el agua ha sido fascinación y miedo. Crecí frente a un canal efímero. El acontecimiento más importante de mi infancia fue mi primera comunión. Yo habría querido llevar el cabello largo y ensortijado, en cambio mi cabello era liso y me lo cortaron formando un círculo alrededor de la cabeza. Pero aún así fue el día más feliz de mi infancia. Esa mañana llovió. Llegué a la catedral con mi vestido blanco ribeteado por el negro de las aguas. Frente a la tumba de Brodsky sentí en el aire esa mezcla de nobleza y vigor que se respira ante el monumento de un héroe conocido. Brodsky es la imagen de la serenidad en medio de la desgracia, de la gracia en medio de la tortura. ¿Acaso es posible en nuestro tiempo un heroísmo que no incluya la resignación? Bogotá-Barranquilla, Barranquilla- Venecia, Barranquilla- Bogotá, Bogotá- Morelia, Morelia- Venecia. Alvaro- Lauren, Lauren- Silvia, Lauren- Alvaro, Alvaro -Jorge, Jorge- Silvia, Todos-Brodsky. El mar debajo, fina playa, todavía no mármol.

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