Hemeroteca de la sección “autores mexicanos”

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Leituras Internacionais em Lisboa

Livraria Ler Devagar

 

na Lx Factory, Alcântara

 

Rua Rodrigues Faria, 103 (Lisboa)

3 de julho de 2013, 18:30 h

 

A partir da obra El funeral de Neruda de Renzo Sicco e Luís Sepúlveda (Edizione Claudiana)

 

Participam Renzo Sicco, Antonio Sarabia e Erwan Varas

 

O funeral de Pablo Neruda, poucos dias após o golpe militar no Chile em 1973, convocou uma multidão apesar do recolher obrigatório. A despedida do poeta converteu-se numa manifestação maciça contra o nascimento do regime ditatorial. Um ato de amor pelo Prémio Nobel de Literatura que o escritor chileno Luís Sepúlveda e o diretor de teatro italiano Renzo Sicco compilam em El funeral de Neruda. A atividade comemora o 40° aniversário do golpe militar no Chile.

 

 

 

Estarão à conversa Renzo Sicco, Antonio Sarabia (escritor mexicano),

 

Erwan Varas (Embaixada do Chile em Portugal), com a moderação de

 

Lauren Mendinueta (poetisa colombiana)

 

 

 

Info

 

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Tomado del Blog “Fuera del Juego” de José Manuel Fajardo

Hace veinte años que fue publicada la novela Amarilis del escritor mexicano Antonio Sarabia, un texto que no ha cesado de crecer, como sucede siempre con las obras maestras. Vanguardia del apogeo de la novela histórica porque narra los últimos años de la vida de Lope de Vega y su amor con Marta de Navares (no porque se atenga a ningún cliché de género), su inmersión en las contradicciones de la pasión y su retrato de una época barroca que parece espejo de nuestro tiempo la han convertido es un libro fundamental.

No hay mayor placer, ahora que la literatura parece muchas veces diseñada con molde, que leer a un autor inclasificable. Auster o Atxaga lo son desde construcciones posmodernas. Sarabia, desde la reconciliación de tradición y modernidad. Su estilo capaz de llevarnos a la España del siglo de oro, la Troya de la Iliada o el mundo onírico del volcán de Colima, ha hecho de él uno de los grandes escritores de nuestro tiempo.

José Manuel Fajardo

Lisboa, 16 de junio de 2012

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CAMPO DE BATALLA

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Nace en las ingles un calor callado,

Como un rumor de espuma silencioso.

Su dura mimbre el tulipán precioso

Dobla sin agua, vivo y agotado.

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Crece en la sangre un desasosegado

Urgente pensamiento belicoso.

La exhausta flor perdida en su reposo

Rompe su sueño en la raíz mojado.

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Salta la tierra y de su entraña pierde

Savia, venero y alameda verde.

Palpita, cruje, azota, empuja, estalla.

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La vida hiende vida en plena vida.

Y aunque la muerte gana la partida,

Todo es un campo alegre de batalla.

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Rafael Alberti

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MATERIA NUPCIAL

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De pie como un cerezo sin cáscaras ni flores,

especial, encendido, con venas y saliva

y dedos y testículos,

miro una niña de papel y luna,

horizontal, temblando y respirando y blanca

y sus pezones como dos cifras separadas,

y la rosal reunión de sus piernas en donde

su sexo de pestañas oscuras parpadea.

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Pálido, desbordante,

siento hundirse palabras en mi boca,

palabras como niños ahogados,

y rumbo y rumbo y dientes crecen naves,

y aguas y latitud como quemadas.

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La pondré como una espada o un espejo,

y abriré hasta la muerte sus piernas temerosas,

y morderé sus orejas y sus venas,

y haré que retroceda con los ojos cerrados

en un espeso río de semen verde.

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La inundaré de amapolas y relámpagos,

la envolveré en rodillas, en labios, en agujas,

la entraré con pulgadas de epidermis llorando

y presiones de crimen y pelos empapados.

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La haré huir escapándose por uñas y suspiros,

hacia nunca, hacia nada,

trepándose a la lenta médula y al oxígeno,

agarrándose a recuerdos y razones

como una sola mano, como un dedo partido

agitando una uña de sal desamparada.

.

Debe correr durmiendo por caminos de piel

en un país de goma cenicienta y ceniza,

luchando con cuchillos, y sábanas, y hormigas,

y con ojos que caen en ella como muertos,

y con gotas de negra materia resbalando

como pescados ciegos o balas de agua gruesa.

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Pablo Neruda

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De pie como un cerezo sin cáscaras ni flores,

especial, encendido, con venas y saliva

y dedos y testículos,

miro una niña de papel y luna,

horizontal, temblando y respirando y blanca

y sus pezones como dos cifras separadas,

y la rosal reunión de sus piernas en donde

su sexo de pestañas oscuras parpadea.

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Pálido, desbordante,

siento hundirse palabras en mi boca,

palabras como niños ahogados,

y rumbo y rumbo y dientes crecen naves,

y aguas y latitud como quemadas.

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La pondré como una espada o un espejo,

y abriré hasta la muerte sus piernas temerosas,

y morderé sus orejas y sus venas,

y haré que retroceda con los ojos cerrados

en un espeso río de semen verde.

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La inundaré de amapolas y relámpagos,

la envolveré en rodillas, en labios, en agujas,

la entraré con pulgadas de epidermis llorando

y presiones de crimen y pelos empapados.

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La haré huir escapándose por uñas y suspiros,

hacia nunca, hacia nada,

trepándose a la lenta médula y al oxígeno,

agarrándose a recuerdos y razones

como una sola mano, como un dedo partido

agitando una uña de sal desamparada.

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Debe correr durmiendo por caminos de piel

en un país de goma cenicienta y ceniza,

luchando con cuchillos, y sábanas, y hormigas,

y con ojos que caen en ella como muertos,

y con gotas de negra materia resbalando

como pescados ciegos o balas de agua gruesa.

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Pablo Neruda

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DOS CUERPOS

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Dos cuerpos frente a frente

son a veces dos olas

y la noche es océano.

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Dos cuerpos frente a frente

son a veces dos piedras

y la noche es desierto.

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Dos cuerpos frente a frente

son a veces raíces

en la noche enlazadas.

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Dos cuerpos frente a frente

son a veces navajas

y la noche es relámpago.

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Dos cuerpos frente a frente

son dos astros que caen

en un cielo vacío.

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Octavio Paz

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SALMO

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Cuando ya no tenga que pensarte

ni que soñarte mejor;

cuando ya no tenga que olvidarte

ni tenga que recordarte

porque estés en el aire que respiro;

cuando ya no tenga que buscarte

ni tenga que perderte

porque estés en mi soledad;

cuando te encuentre en tu sitio

como hoy encuentro mi cuerpo,

con sólo asomarme a mí mismo;

cuando seas en mi alma el más seguro,

más olvidado presente;

cuando nada tenga que decirte,

vida mía que tengo y que me tienes,

hermosa en el hermoso mundo

florecido jardín en tu jardín;

cuando por fin nos miremos

sin decir nada

en nuestros vivos ojos de libres vivos;

escucha entonces el mas dulce

de los nombres que te he dado:

el nombre ardiente y final

que te dirá mi silencio enamorado.

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Tomás Segovia

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XXX

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Llevo un amor tan hermoso

como un mar dentro del pecho,

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Llevo un amor como un mar

En el pecho prisionero

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Llevo el mar de un gran amor

y no encuentro en qué ponerlo

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¡Tanto cielo, tanto cielo,

y mi amor prisionero!

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XXX

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Como esta mano en tu pelo,

hundirme, hundirme…

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Arrancar de mi carne el mundo

y en el fondo de mi sueño,

dormido lúcido,

quedarme irreal, único, absoluto,

como esta mano en tu pelo,

hundirme, hundirme.

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Tomás Segovia

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Te amo, mujer de mi gran viaje,

Como el mar ama al agua

Que lo hace existir

Y le da derecho a llamarse mar

Y a reflejar el cielo y la luna y las estrellas.

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Vicente Huidobro

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Me preguntas por qué de aquellas tardes

en que inventamos el amor no queda

un solo testimonio, un triste verso.

(Fue en otro mundo: allí la primavera

lo devoraba todo con su lumbre.)

Y la única respuesta es que no quiero

profanar el amor invulnerable

con oblicuas palabras, con ceniza

de aquella plenitud, de aquella lumbre.

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José Emilio Pacheco

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Abres los ojos. Silencias, es la noche

complicada de estrellas y conjuras mentales.

Cierras los ojos. Sonríes. Es el canto:

el día que transcurre por los labios indecisos.

Me matas. Es la vida.

Te mueres. Es un ala.

Cualquier palabra sirve para nombrar el prodigio.

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En los magnéticos campos, vas y vienes sin moverte,

vienes y vas alternante, dando así a luz los misterios.

Abres los brazos. Me entrego.

Cierras el fruto. Lo muerdo.

Abres la música y vuelan entre palmas mis latidos

o te cierras, y son sierpes

en la aurora inacabable de la metamorfosis.

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Abres. Cierras. Apretado

el fruto es comestible, y erótico, y violento,

y horrendamente arcaico. Y sagrado, por arcaico.

Cierras. Abres. Te declaro por alegrías, variando,

con voz pública y escándalo.

Sé que nadie nos perdona. Que desafío si canto.

Que la dicha es un pecado.

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Vivir hacia delante mientras la vida crece,

no pensar que te acechan, hipnóticos, los iris

de los céntricos ojos de la muerte,

creer que por feliz, limpio, alígero, indemne,

transcurres inocente,

es ignorar que nunca se perdona al dichoso,

que amar es siempre dolo.

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¡Cómo brillan en la mina los tesoros,

las aéreas tormentas

contenidas en un grano de ira y oro!

¡Cómo acaban

en cabezas de muerto los espigados gozos

y las fúlgidas sumas del maquinal insomnio!

¡Cómo somos uno y otro, sin razón corazonados!

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No se debe (tiemblas, abres),

no se puede (cierras, dueles),

no se quiere luchar, sólo se quiere

conservar ese cuerpo felizmente evidente,

esos ojos, esos labios, esos brazos

secretamente envolventes,

sintiendo mansamente que ahí acaba la muerte.

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Puestos los guantes de llamas

se tocan limpiamente los turbios sentimientos.

Puesta en sí la mirada,

se ve sólo el amor, la vida clara.

Otros ojos reales, un orden de distancias.

Y no se pide más.

Se piden simplemente las materiales magias.

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Nada más (¿será mucho?),

nada menos que vivir lo total en el momento

como todos podemos vivir, como besamos,

como amamos y erramos luminosos,

como yo, por ti, contigo, puedo y hago,

pese al mundo que nos burla y nos desgarra,

pese a todos los que llaman cinismo a mi inocencia.

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Abres los ojos. Te miro sin acabar de encontrarte.

Cierras los ojos. Te envuelvo, muriéndome por dentro.

Pones la noche. Te pienso.

Pones el día. Te espero.

Y en esta vida me cumplo, madurando con lo triste.

Y aunque todo parece mentira, yo te creo.

Sé que el amor existe.

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Gabriel Celaya

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Abrazado a tu tierra,

cuerpo en flor,

a tus praderas para galoparlas

junio entraría en nosotros como la luz entre estos pinos.

Entraría radiante, viniendo yo no sé

de dónde, pero cierto como un brazo de aurora.

Y ya no habría hora triste ni momento malo.

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En nuestros brazos tiene el tiempo

su dimensión más ancha, y para dar consuelo

y no sentirnos solos, bastaría

con la certeza de tu cuerpo aquí,

como una flor que empuja o, más bien, como

aquel temblor de los cañaverales.

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Y desde qué tristeza hemos venido,

desde qué infancia que nos han quitado.

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Si bajo nuestra tierra está la tierra extensa,

la que pisaron otros hombres

con paso fiel o con melancolía,

yo quisiera decirte, preguntarte,

como a mí mismo me pregunto,

si en esta tierra no ha quedado algo nuestro,

un pasado de niños tristes bajo la lluvia,

algo, en fin, donde tú y yo vivimos,

donde hemos existido tú y yo ajenos, distantes,

echados al olvido duramente,

antes que en nuestro pecho a un tiempo entraran

este junio radiante, esta otra vida.

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Carlos Sahagún

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Sella tú con tus labios estos míos.

Pon tu mano en mi mano.

O deja que acaricie tu cabello,

tus mejillas, tu frente,

mientras hundo mis ojos en tus ojos,

en la insondable luz de tu mirada.

Deja que, así, te exprese,

cuando huyen las palabras

-ay, expresión del tacto,

única voz precisa-,

deja que, así, te exprese mi ternura.

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Vicente Gaos

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¡Qué profundo es mi sueño!

¡Qué profundo y qué claro,

qué transparente es, ahora, el universo!

Si pensando en ti siempre,

si soñando contigo me desvelo,

y te miro por dentro, con mis ojos,

si te miro por dentro…

veo la oscura entraña de la vida,

tu sorda luz de fuego,

y ya no sé si a ti te estoy mirando,

o si contemplo el cielo:

el último trasfondo del poniente,

sin nubes y sin velos,

más arriba de todas las estrellas,

donde está Dios, despierto.

O el inicial trasfondo de la noche

donde estás tú, durmiendo.

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Y yo sobre la tierra, oscurecido

por tanta luz, yo, ciego,

soñando en Dios, soñando en ti, soñando

lo mucho que te quiero.

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Vicente Gaos

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Ya estoy de vuelta, amor, viniendo estoy,

llegando más a ti a cada rodada,

no vuelvo a lo dejado la mirada,

siempre adelante remirando voy.

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Hombre que sueña y que se acerca soy,

hombre que viene por la madrugada,

que anhela y goza y tiembla la llegada

muerto de ayer y redivivo de hoy.

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No sé si de mis huertos, de mis rosas,

si vengo de mi campo con espinas,

si del mundo, no sé, si de mis cosas…

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Sé que soy hombre que se acerca al beso,

hombre que sueña pueblo con esquinas,

hombre que sueña que se acerca… Eso.

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Antonio Murciano

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UN BEL MORIR

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De pie en una barca detenida en medio del río

cuyas aguas pasan en lento remolino

de lodos y raíces,

el misionero bendice la familia del cacique.

Los frutos, las joyas de cristal, los animales, la selva,

reciben los breves signos de la bienaventuranza.

Cuando descienda la mano

habré muerto en mi alcoba

cuyas ventanas vibran al paso del tranvía

y el lechero acudirá en vano por sus botellas vacías.

Para entonces quedará bien poco de nuestra historia,

algunos retratos en desorden,

unas cartas guardadas no sé dónde,

lo dicho aquel día al desnudarte en el campo.

Todo irá desvaneciéndose en el olvido

y el grito de un mono,

el manar blancuzco de la savia

por la herida corteza del caucho,

el chapoteo de las aguas contra la quilla en viaje,

serán asunto más memorable que nuestros largos abrazos.

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Alvaro Mutis

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Alto en la cumbre

todo el jardín es luna,

luna de oro.

Más precioso es el roce

de tu boca en la sombra.

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Jorge Luis Borges

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No decía palabras,

acercaba tan sólo su cuerpo interrogante,

porque ignoraba que el deseo es una pregunta

cuya respuesta no existe,

una hoja cuya rama no existe,

un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos,

remonta por las venas

hasta abrirse en la piel,

surtidores de sueños

hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,

una mirada fugaz entre las sombras,

bastan para que el cuerpo se abra en dos,

avido de recibir en sí mismo

otro cuerpo que sueñe;

mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,

iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque sólo sea una esperanza,

porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.

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Luis Cernuda

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XXX

Tú, que tanto temes “perder pie” te voy a decir una cosa: el mañana es un mar hondo que hay que cruzar a nado

XXX

DESEO

Amarte con un fuego duro y frío.

Amarte sin palabras, sin pausas ni silencios.

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Amarte cada vez que quieras,

y sólo con la muda presencia de mis actos.

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Amarte a flor de boca y mientras la mentira

no se distinga en ti de la ternura.

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Amarte cuando finges toda la indiferencia

que tu abandono niega, que funde tu calor.

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Amarte cada vez que tu piel y tu boca

busquen mi piel dormida y mi boca despierta.

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Amarte por la soledad, si en ella me dejas.

Amarte por la ira en que mi razón enciendes.

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Y, más que por el goce y el delirio,

amarte por la angustia y por la duda.

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Javier Villaurrutia

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PRESENTE AUSENCIA

No te veía, pero te sentía

caer desde mi pensamiento,

derramada en mi espalda

como un calor de pájaro en el viento.

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Te hiciste toda pulso

derretido:

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Se me perdió la carne por el sueño.

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Emilio Prados

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Para vivir no quiero

islas, palacios, torres.

¡Qué alegría más alta

vivir en los pronombres!

¡Quítate ya los trajes,

las señas, los retratos;

yo no te quiero así,

disfrazada de otra,

hija siempre de algo.

Te quiero pura, libre,

Irreductible: tú.

Sé que cuando te llame

entre todas las gentes

del mundo, sólo tú serás tú.

Y cuando me preguntes

quién es el que te llama,

el que te quiere suya,

enterraré los nombres,

los rótulos, la historia.

Iré rompiendo todo

lo que encima me echaron

desde antes de nacer.

Y vuelto ya al anónimo

eterno del desnudo

de la piedra, del mundo,

te diré:

“Yo te quiero, soy yo.”

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Pedro salinas

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Una a una desmonté las piezas de tu alma.

Vi como era por dentro:

sus suaves coyunturas,

la resistencia esbelta de sus trazos.

Te aprendí palmo a palmo,

pero perdí el secreto

de componerte.

Sé de tu alma menos que tú misma

y el juguete difícil

es ya insoluble enigma.

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Gerardo Diego

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No es que muera de amor, muero de ti.

Muero de ti, amor, de amor de ti,

de urgencia mía de mi piel de ti,

de mi alma de ti y de mi boca

y del insoportable que yo soy sin ti.

Muero de ti y de mí, muero de ambos,

de nosotros, de ese,

desgarrado, partido,

me muero, te muero, lo morimos.

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,

en mi cama en que faltas,

en la calle donde mi brazo va vacío,

en el cine y los parques, los tranvías,

los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza

y mi mano tu mano

y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire

para que estés fuera de mí,

y en el lugar en que el aire se acaba

cuando te echo mi piel encima

y nos conocemos en nosotros separados del mundo

dichosa, penetrada, y cierto, interminable.

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos

entre los dos, ahora, separados,

del uno al otro, diariamente,

cayéndonos en múltiples estatuas,

en gestos que no vemos,

en nuestras manos que nos necesitan.

Nos morimos, amor, muero en tu vientre

que no muerdo ni beso,

en tus muslos dulcísimos y vivos,

en tu carne sin fin, muero de máscaras,

de triángulos oscuros e incesantes.

Me muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,

de nuestra muerte, amor, muero, morimos.

En el pozo de amor a todas horas,

inconsolable, a gritos,

dentro de mí, quiero decir, te llamo,

te llaman los que nacen, los que vienen

de atrás, de ti, los que a ti llegan.

Nos morimos, amor, y nada hacemos

sino morirnos más, hora tras hora,

y escribirnos y hablarnos y morirnos.

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Jaime Sabines

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No es nada de tu cuerpo,

ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,

ni ese lugar secreto que los dos conocemos,

fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.

No es tu boca –tu boca

que es igual que tu sexo-,

ni la reunión exacta de tus pechos,

ni tu espalda dulcísima y suave,

ni tu ombligo, en que bebo.

Ni son tus muslos, duros como el día,

ni tus rodillas de marfil al fuego,

ni tus pies diminutos y sangrantes,

ni tu olor, ni tu pelo.

No es tu mirada -¿qué es una mirada?-

triste luz descarriada, paz sin dueño,

ni el álbum de tu oído, ni tus voces,

ni las ojeras que te deja el sueño.

Ni es tu lengua de víbora tampoco,

flecha de avispas en el aire ciego,

ni la humedad caliente de tu asfixia

que sostiene tu beso.

No es nada de tu cuerpo,

ni una brizna, ni un pétalo,

ni una gota, ni un grano, ni un momento:

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Es sólo este lugar donde estuviste,

estos mis brazos tercos.

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Jaime Sabines

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Este artículo de Ernesto Lumbreras fue publicado en el periódico mexicano Milenio el pasado 10 de julio. Es un verdadero honor formar parte de esta antología.

En los próximos meses aparecerá un libro coeditado por el MACO y Almadía donde veintiún poetas escriben sobre Francisco Toledo. Ofrecemos una muestra de esa antología que celebra el mundo alucinado del artista juchiteco.

La mujer del alacrán

Javier España

A Francisco Toledo

Brinca sobre mi pecho infiel, alacrana.
Despierta mi sangre empantanada por los años
que me han convertido en carne para el cementerio,
en mi osario bendecido por la prudencia y el hastío.
Pica toda mi lujuria por cada uno de los poros,
envenéname de ti en contra del tiempo,
de mí mismo, de la noche sin noche.

Ah, ven, alacrana, es hora de morir
en los ríos suicidas del deseo,
en la axila de dios adormecido,
en la patria de tus ingles infinitas.

La rotación

Lauren Mendinueta

Según el orden del tiempo
la tarea del conejo continúa
sin tregua, circula.
Los mortales, el conejo y la serpiente,
se transformarán en lo que son
cuando pertenezcan al Ser-Nada: Errantes.
Los inmortales, Toledo, se retiran,
esconden la mano y dejan a los mortales ser.
Si miro veré al conejo
brincar hacia el pensamiento.
Toledo se ríe de sus bocas sangrantes.
Sabe que el conejo no culminará su empeño.
Sabe que la tarea es inútil e inacabable.
Se ríe de sus bocas abiertas
y de sus ojillos
que no cerrará la tierra de los cementerios.
Teme, eso sí, por la serpiente:
Ella no sabe que la muerte es juego,
que no está preñada,
que aunque siente y su presencia es cierta
ella no es real.
Toledo recuesta la cabeza en su mano
y tiembla porque conoce ciertas historias bíblicas.
Su brazo dibuja una curva,
su rostro es otra curva,
el tiempo a pesar de su empeño de rectitud
es curvo, el mundo es curvo
y se mueve sobre su eje y dibuja otras curvas
y en su curvo cerebro
un conejo devora una serpiente.
Toledo no sabe exactamente
por qué está en un poema.

Francisco Toledo

Francisco Hernández

Soy de muy pocas palabras.
Mejor un brotar de líneas
con sapos y chapulines.
¿Y si me hiciera de barro
acostándome en el suelo
con el pitote de fuera?
Me sostengo la cabeza,
se triplican los espejos
y así ya puedo imprimir
los ladridos de los perros
y las serpientes en cueros.
Escucho una tonadita
que viene desde la costa:
“Las conchas de las tortugas
también se usan como almohadas.
Las calabazas detienen
a los cochinos en brama.
Mi peine es viejo huarache
con el que se peina el mar.
Mi esqueleto está en su hamaca,
le da miedo naufragar.
Un conejo y un coyote
beben tinas de cerveza
para el calor aguantar.
Sopla un olor a mujer
de Ixtepec a Juchitán…”

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*El título ¿Hacia dónde van los animeles? proviene de un verso del colombiano Santiago Mutis Durán, quien participa en el libro de homenaje a Toledo.

Promovido por el MACO y con la complicidad de Almadía, los amigos de Francisco Toledo celebran con la edición del libro ¿Hacia dónde van los animales? 21 poetas dialogan con el arte de Francisco Toledo al genial pintor juchiteco nacido el 17 de julio de 1940. La relación con la poesía es añeja en la trayectoria y en la biografía de Toledo; desde su aparición como pintor tuvo la impronta de la literatura y de la poesía como diálogo estimulante y nutricio para su trabajo visual. A semejanza de los pintores de la llamada escuela de París, al artista oaxaqueño lo han seducido las faenas al alimón con escritores y poetas pero también, a los artistas de la ficción y del verso, se les ha antojado convocarlo para algunas de sus aventuras editoriales. Los resultados, en sus dos versiones, siempre han arrojado trabajos sorprendentes, basta echar un vistazo a libros como Manual de zoología fantástica de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, Álbum de zoología de José Emilio Pacheco, Canto a la sombra de los animales de Alberto Blanco, El inicio de Verónica Volkow o carpetas como el Chilam Balam, Agüeros y abluciones de Fray Bernardino de Sahagún, Trece maneras de ver un mirlo de Wallace Stevens, Informe para una Academia de Franz Kafka o Los poemas solares de Homero Aridjis.

Con éste y otro antecedentes, un libro como ¿Hacia dónde van los animales?, que en unos meses estará en circulación, era necesario. Aparecen en sus páginas dos poetas colombianos, un guatemalteco, un cubano nacido en Zacatecas, un costarricense y 16 mexicanos; el decano del libro es Luis Cardoza y Aragón (1904-1992), además de poeta, uno de los mejores críticos de arte mexicano y uno de los primeros en reconocer y comentar con lucidez e inventiva la obra de Toledo; la poeta más joven es la colombiana Lauren Mendinueta (1977) quien pasó una temporada en Oaxaca con el propósito de escribir un libro de poemas sobre el mundo febril y alucinado que habita la gráfica del oaxaqueño. Dos de los tres poemas que aquí se publican, adelanto exclusivo para Laberinto, son inéditos. El de Francisco Hernández está incluido en su libro Población de la máscara, que Almadía ha puesto en circulación en estos días. Los otros autores son Javier España (Chetumal, Quinta Roo, 1960), quien tiene entre sus títulos Sobre la tierra de los muertos (2008) y Lauren Mendinueta (Barranquilla, Colombia, 1977), ganadora en España del VI Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos por su libro Vocación suspendida (2008).
Ernesto Lumbreras (Escritor Mexicano)

Etiquetas: 23 de abril de 1974, editorial almadía, Ernesto Lumbreras, Francisco Hernández, Francisco Toledo, Javier España, Lauren Mendinueta, libros de poema en homenaje a Francisco Toledo, Luis Cardoza y Aragón, poemas en homenaje a Francisco Toledo, poesía y Francisco Toledo, Premio Martín García Ramos 2007, Santiago Mutis Durán

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El pasado mes de febrero apareció en las vitrinas de las librerías españolas una reedición de Amarilis, la primera novela del escritor mexicano Antonio Sarabia (México D.F., 1944). El libro fue publicado por la editorial Belacqva en su colección Verticales de Bolsillo, y se suma al excelente catálogo que el editor catalán Pere Sureda viene formando para esta editorial.
Amarilis es un fresco del Siglo de Oro Español que narra los últimos años en la vida de Lope de Vega y su postrer amor por la bellísima Marta de Nevares Santoyo, a quien el poeta bautizó con el sobrenombre que da título al libro. De esta obra, el novelista español José Manuel Fajardo ha escrito que se trata de “una gran novela que acierta a reconciliar la modernidad con la tradición” y añade: “en este libro, en vez de dejarse aplastar por la monumental figura de Lope de Vega, Sarabia sabe poner al clásico de su parte”.
Antonio Sarabia Estudió Ciencias y Técnicas de la Información en la Universidad Iberoamericana de México, después de lo cual se dedicó a la radio y la publicidad. En 1981, con tenía treinta y siete años, decide viajar a Europa, para radicar en Paris, y dedicarse a la literatura de tiempo completo. Pero no sería hasta diez años más tarde cuando publicaría su primera novela: Amarilis (Norma, 1991). Desde entonces se ha destacado como uno de los grandes escritores de la moderna narrativa iberoamericana. Como dato curioso, y poco conocido, puedo decir que Amarilis, apesar de ser la primera novela publicada, es en realidad la segunda escrita por este autor, quien en 1988 fue finalista con El alba de la muerte, más tarde El Retorno del Paladín (Ediciones B, 2005), del Premio Diana Novedades.
En la carátula de la nueva edición, esta es la quinta en lengua española, podemos leer una frase de Álvaro Mutis que afirma “en Amarilis vuelve a inventarse la vida”. Yo sólo puedo añadir que esta es una novela para volver a enamorarse de la poesía con una de las mejores prosas de nuestra lengua.

Hoy, 9 de mayo de 2009 a las 20:00, la cita con Antonio Sarbia es en la Feria del Libro de Valladolid, durante el I Encuentro sobre Novela Histórica que se está desarrollando en la ciudad castellana. La mesa en la que participa esta noche se titula: La Imagen de la Literatura en la Novela Histórica. Además el autor mexicano ofrecerá una firma de libros.

Todo un capítulo en exclusiva para Inventario. Para leer más visite Los Convidados de Antonio Sarabia, y si lo que quiere realmente es disfrutar de la novela en toda su belleza pase por su librería favorita.


¿DONDE HA VISTO ANTES ESE LERDO CAMINAR DE OSO
, ese rostro barbicerrado, esos ojos espantadizos? se pregunta Valsaín llegando a procurarse el desayuno cotidiano en su habitual hostería de la Puerta del Sol. El propietario del lugar, un valenciano de rostro cetrino, sonrisa zaina y maneras untosas, lo deja comer de mogollón, sin cobrarle un maravedí, a cambio de algunos pequeños servicios transportando fardos o moviendo cosas pesadas en el sótano. El se conforma con una tajada de letuario de naranja para asentar el estómago y un buen vaso de aguardiente: el perfecto tentempié matutino para resistir mejor las faenas del día. En realidad ahí no se puede ordenar gran cosa. El lugar es un bodegón de mala muerte, reconoce Valsaín, un verdadero registro de cherinoles, muy poco recomendable para godizos o gente honrada. Por eso le extraña ver esa figura desgarbada, tan manifiestamente fuera de sitio, que avanza sorteando incómoda los ruidosos parroquianos. Salta a la vista que no tiene nada que hacer ahí.
Su imagen le trae de súbito a la cabeza aquel bautizo al que asistió por casualidad semanas atrás, siguiendo a Lopillo por la calle de Atocha, tiempo después de su permanencia en los Desamparados. Ese godizo de mirar inquieto es el padre de la gardilla a quien llevaron a la pila con tanta pompa en San Sebastián, recuerda de pronto. Su esposa es la joven señora que la dio a luz, la amiga de Marcela del Carpio. Se precipita tras él con la oscura intención de prevenirlo, que no aparte la mano de la bolsa y se largue de ahí lo más pronto posible, va pensando advertirle, pero se detiene sin decir palabra al verlo sentarse en el rincón menos concurrido de la taberna, y entablar conversación en voz muy baja con dos individuos de temible catadura.
Toma asiento, como al azar, en la única mesa libre junto a ellos, y el godizo le dirige una mirada de infinita desconfianza. Los rufianes que lo acompañan se encogen de hombros. Es un estravo, dice uno, un mandria, un bobo, lo llama el otro sin concederle importancia. Valsaín finge no entender sus comentarios y ellos vuelven a concentrarse en su negocio. Son gente de fuera, observa mirándolos de reojo, nunca los había visto por los alrededores. Tienen la misma pinta de forajidos valencianos que el propietario del mesón. Pero a leguas se ve que éstos no son comendadores de bola ni bailicos, ladroncillos de poca monta, sino arriscados matarifes, cherinoles, de media sobre media, sombrero caído sobre el embozo, guantes descabezados, tizonas desmesuradas y filosos desmalladores asomando bajo las fajas. El godizo lleva el peso de la conversación y Valsaín oye mencionar en voz muy baja, en un susurro imperceptible para oídos menos agudos que los suyos, el nombre del farfaro poeta. Los dos jaques se miran entre sí con aire de duda. El esposo de la amiga de Marcela saca una taleguilla de piel de gato y deja caer varios juanes dorados sobre el tablón. Uno de los fuereños, que parece hablar también por su camarada, los rehúsa, colmilludo, con un remiso movimiento de cabeza. El hombrecillo vacía entonces el total del contenido de la bolsa volviéndola boca abajo frente a ellos. Las monedas relucen un instante contra la madera antes de que el rufo las haga desaparecer en su propia escarcela en señal de asentimiento. No hay nada más que decir. El godizo se pone en pie, ensaya un tímido ademán de estrechar una mano, sea para sellar el pacto o despedirse, pero los malhechores fingen no verlo y él se va sin añadir palabra.
El azar lo ha puesto al corriente de un complot para asesinar a Lope de Vega, piensa Valsaín. No le cabe la menor duda. Acaban de firmar la noche, la tristeza, la sentencia de muerte, del Fénix de los ingenios. No puede tratarse de otra cosa. Esos hombres no tienen más oficio que disponer de vidas ajenas, discurre, mientras ellos apuran sus barrosos de caramo, vino, dejan unos cuartos sobre la mesa y parten a su vez, desaparecen, confundiéndose entre los demás clientes del lugar. Valsaín permanece un rato inmóvil ante su tajada de letuario, sin animarse a tocarla. En su interior se debaten sentimientos contradictorios. Los jayanes y el godizo han convenido un plazo, fijado un límite, a la vida del farfaro poeta. El marido de la amiga de Marcela no es tan amigo del padre de Marcela. Hace un gesto de enfado resoplando sin convicción, como persuadiéndose a si mismo de que a él qué más le da. El cura no le merece respeto, ni simpatía, después de su pasada intransigencia hacia Lopillo. Y luego ya está viejo. La parca no dilatará en llevárselo de todos modos, tarde o temprano. No en balde, en su dialecto, llaman a la muerte “cierta”. Deja la taberna meditando lo que será de la vida de Lopillo cuando le falte el padre. Tal vez lo encierren de nuevo en los Desamparados y esta vez no habrá quien vaya a reclamarlo. A él, Valsaín, le vedarán el verlo y ya no podrán pasear como acostumbran por las calles de la villa. ¿Y Marcela? Si se llevan también a la niña ¿quién va a leerle a él tantas cosas admirables como escriben y venden los obnubilados?
De todos modos se siente incapaz de prevenirlos, de advertirles, de ir a contarles lo que pasa ya sea a ellos o a su padre. Hacerlo significaría traicionar a su gente, a la chanfaina, a su clan, a sus principios. ¿El, soplón?, ¿él, fuelle?, ¿él, abanico?, ¿él, cerbatana?, repite sin cesar, en voz alta, torturado por sus propios vocablos. Excepto por el de longares, cobarde, no concibe peor insulto en germanía que el de malsín, búho, delator, castañeta.
Esa tarde prescinde de su acostumbrada ronda por la calle de Francos. Teme no poder resistir la tentación de avisar a sus amigos y convertirse en traidor a su linaje. Esbata, esbata, calla, aguanta el canto, sujeta la lengua, la desosada, se vocifera a si mismo marchando por plazas y mercados sin poder alejar de la conciencia el crimen que está por cometerse, sino es que ya lo han concluido. Marcela y Lopillo son, ahora sí, huérfanos de padre y madre. Van a encerrarlos de nuevo en los Desamparados. Los golondrinos no le harán ningún caso, inútil exigirles que lo sigan para rescatar a sus amigos. No puede contar con ellos: son soldados de adorno, de juguete, de mentiras. Al caer la noche sus pasos lo traen de vuelta a las cercanías de la Puerta del Sol.
Ahí se topa otra vez con los granujas, triscadores, fanfarrones, que pasean arrogantes por la calle de la Montera. Valsaín se apacigua al encontrarlos: si hubieran liquidado a Lope de Vega, razona, no se verían tan tranquilos en la plaza. Andarían a caballo por el monte, muy lejos de la villa, galopando camino de su tierra.
Decide callar, sí, guardar silencio, sí, cerrar el pico, sí, pero no perderlos de vista. Acecharlos sin que lo noten hasta que se le ocurra una leva, una cifra, un ardid que le saque del aprieto. A él y a Marcela y a Lopillo y al cruel sacerdote que desgraciadamente les tocó por padre.
Los truhanes se retiran a dormir temprano en uno de los varios albergues de media con limpio de la misma calle de la Montera. Valsaín conoce el lugar por haber sorneado en él algunas heladas noches de invierno. Cuesta cuatro charneles, ocho maravedís, alquilar una ruinosa cama que se está obligado a compartir con cualquier otro huésped. Uno solicita siempre que lo pongan con quien se vea más aseado o parezca tener menos piojos, pulgas y costras de mugre; por eso se llama a esos lugares “de media con limpio”, aunque si los dos tunantes se acostaron en el mismo catre les habrá tocado por fuerza cama con sucio, deduce Valsaín.
Es extraño que dos enjibadores forasteros con la bolsa repleta de contentos, monedas de oro, se retiren a dormir en lugar de estilbar, beber, florear el naipe, o darse una vuelta por los prostíbulos de la calle del Luzón o la plaza del Alamillo, reflexiona instalándose de guardia frente al mesón, sin saber muy bien cuál es el mejor camino a seguir. Tal vez los cherinoles descansan, sornean, se reposan, porque saben que les espera una larga vigilia. Van a dar su golpe, a descornar su flor y después cabalgarán el resto de la noche piñando de vuelta a su caverna. Por otra parte, él puede estar errado en sus sospechas. A la muerte llaman cierta, pero no inminente, se dice alimentando una oscura esperanza.
Apenas pasadas las once los ve aparecer de nuevo a la puerta del lugar. No durmieron largo rato, reflexiona Valsaín remontando en pos de ellos la carrera de San Jerónimo, siguiéndolos sin ser visto hasta la calle del Lobo y observándolos introducirse sigilosos en la oscuridad del barrio donde habitan Marcela y Lopillo. Recoge un turrón en el camino, un sólido pedrusco del tamaño de su puño cerrado, y se lo guarda, por si acaso, entre los pliegues de la ropa.
Los dos facinerosos recorren la calle del Infante examinando las fachadas de las casas a la tenue luz de la luna. Se detienen al pasar frente a una de ellas, como si reconocieran unas señas particulares, y luego van a ocultarse entre las sombras de la esquina de la calle del León, cerrando el paso hacia la de Francos. Valsaín se hunde en las tinieblas del umbral de una puerta. No sabe lo que están haciendo ahí pero sospecha que su furtiva presencia, tan cerca de la casa de Lope de Vega, tiene que ver con la conversación que sorprendió esa misma mañana. Oye dar las doce en San Sebastián. El grave tañer de sus bronces se continúa aquí y allá por campanadas más o menos lejanas, ecos de otras iglesias de la villa. De pronto, como si ese dilatado repicar fuera una señal, una puerta se abre y se escuchan voces de gente que se despide. La tenue claridad del interior de la casa presta un breve resplandor a la calle aparentemente desierta. Valsaín no se atreve a asomar la cabeza para averiguar lo que sucede por temor a delatarse. La puerta se cierra con un rechinido y todo queda de nuevo envuelto en la sombra. Quien acaba de dejar la casa viene recto hacia él, desde su derecha, caminando en dirección a la calle de Francos. ¿Será el farfaro poeta? se pregunta conteniendo la respiración. Escucha a lo malandrines de su izquierda ponerse en movimiento, avanzan sin darse prisa, con calculada naturalidad, para no alertar a su víctima.
Los mira pasar junto a él disimulando bajo las capas las espadas desenvainadas, sin verlo, tan cerca que casi le rozan la barba. Valsaín levanta el puño armado de la piedra y lo deja caer como una maza de granito sobre la cabeza del más próximo hundiéndole el cráneo. El truhán cae hacia adelante sin exhalar un gemido. Nunca supo lo que le sucedió, piensa Valsaín mientras el restante salta a un lado, fuera del alcance de la sombra inesperada que emerge del vano de la puerta. El farfaro poeta capta en un santiamén lo serio del predicamento y recoge la espada que acaba de rodar a sus pies. El canalla sobreviviente parece bien habituado a esos lances porque, a pesar de su sorpresa y del compañero caído, reacciona con extremada sangre fría. Se pone en guardia girando sobre sí mismo para no dar la espalda a Valsaín, sin por eso perder de vista el acero que ya esgrime Lope de Vega. Sopesa las fuerzas de sus contrincantes. Se decide por atacar al que ve armado tratando de terminar rápido. Para eso le pagaron, colige Valsaín, es natural que intente desquitar el sueldo. El sacerdote resiste a pie firma la embestida con una serie de brillantes paradas que sorprenden a su adversario. No esperaba encontrarse con alguien tan diestro, piensa Valsaín compartiendo su estupefacción. Quién hubiera dicho que el farfaro poeta era un auténtico travo, un temible espadachín a quien el tiempo no ha disminuido la vista ni debilitado la muñeca. El bribón retrocede unos pasos, como para considerar con admiración al hombre que tiene enfrente. Lope de Vega, a pesar de embarazarle la sotana, aprovecha el momento para arremeter con violencia contra su agresor. Valsaín se entusiasma con el chocar de las filosas y las chispas de los chincharrazos. El rufián se defiende como puede, perdiendo terreno a ojos vista, avasallado por la clara superioridad de su oponente. Lope se tira de improviso a fondo y Valsaín escucha una sorda maldición. El hombre se echa hacia atrás con el brazo encogido, tocado, y luego deja caer la espada como un engorro inútil para salir huyendo a toda carrera rumbo a la calle del Lobo.
Ninguno hace el intento de seguirlo. Lope se inclina junto al caído buscando señales de vida. Está bien vasido, muerto, decide Valsaín sin acercarse: después de una turronada como esa no hay más que plantarlo en el cementerio. Da media vuelta y se aleja sin decir palabra. Se va con la conciencia tranquila. Marcela y Lopillo no quedarán huérfanos, no pasarán por las mismas penurias que él tuvo que sufrir de niño. Tampoco se vio obligado a traicionar a su gente. Jamás soplón, jamás abanico, nunca cerbatana. Antes de doblar la esquina en la calle del León se vuelve a ver si Lope de Vega prosigue sin sobresaltos el camino a su casa. Cree distinguir al farfaro poeta de rodillas todavía junto al cadáver del desconocido, muerto inconfeso, rezando tal vez una jaculatoria por el eterno descanso de su alma.

Fragmento de Amarilis, de Antonio Sarabia

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En el marco de la 42 Feria del Libro de Valladolid (España) se está desarrollando en estos días el I Encuentro Internacional sobre Novela Histórica coordinado por el profesor Carlos García Gual. Desde el pasado día 7 y hasta el próximo domingo 10 de mayo, Valladolid recibe a los más actuales y destacados escritores del género: Carmen Posadas, Carmen Riera, Gisbert Haefs, Antonio Sarabia y Alfonso Mateo-Sagasta, entre otros.

Mañana 8 de mayo a las 20:00, en el recinto de la feria de Valladolid, Antonio Sarabia, participará en una mesa titulada: La imagen de la literatura en la novela histórica. Lo acompañan Alfonso Matteo-Sagasta y Martín Domínguez, la presentación estará a cargo de Luis García Jambrina. Aquellos que se encuentren en Valladolid no deben perder la oportunidad de escuchar a este destacadísimo grupo de escritores.

Antonio Sarabia (México, 1944) es de los autores latinoamericanos que más han destacado en este género. Su novel Amarilis (Verticales de bolsillo, 2009) es, desde su primera edición en 1991, una obra de referencia en el mundo literario de lengua española. La última novela de este autor mexicano radicado en Portugal se titula Troya al atardecer (Belaqva, 2007). Con esta obra ganó el año pasado el Premio Internacional Espartaco a la mejor novela histórica editada en el 2007.

Alfonso Mateo-Sagasta (España, 1960) es autor de tres novelas históricas: El olor de las especies (2002), Ladrones de tinta (2004) y El gabinete de las maravillas (2006), estas dos últimas galardonadas con el Premio Espartaco en 2005 y 2007 respectivamente. Este año publicó, Las Caras del tigre, una novela que partiendo de una investigación científica desemboca en una trama policiaca con una revelación sobrecogedora.

Martín Domínguez (España, 1966) ha publicado varias del género histórico, entre ellas destacan: El regreso de Voltaire, premio Josep Pla 2007; Las confidencias del conde Buffon, premio Crexells, Andrómina y de la Crítica de la Universidad de Valencia y El secreto de Goethe, premio prudenci Bertrana y la Crítica de la Universidad de la Valencia.

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Al poeta Ramón Peralta (México, 1972) lo conocí a mediados de abril de 2005 en el Centro Cultural Pirámide en el D.F. durante una lectura que organizó para mí Jocelin Pantoja. Aquella lectura marcaba justamente el final de mi Beca de Residencia Artística en México, mi regreso a Colombia y mi inminente traslado a España. Esa noche intercambié un par de palabras con Ramón y después no volví a tener noticias suyas. Hasta que un día a principios del año pasado recibí un correo electrónico con la noticia de una visita de Ramón a Lisboa. Me dio muchísimo gusto saberlo y de inmediato le propuse que nos reuniéramos. Para mi sorpresa Ramón había llegado a Lisboa con la intención de quedarse y aquí está viviendo desde hace más de un año. En esta ciudad mágica él comparte su vida con Ana, una chica española bellísima e inteligente (la autora de la foto de Ramón que ven más arriba). Es un escritor afortunado. En Lisboa está escribiendo sus libros de poesía y también una novela. A veces le digo a Ramón que Antonio, él y yo formamos la semilla de un nuevo grupo de escritores hispanoamericanos que crece en Lisboa. Nuestros amigos novelistas, la cubana Karla Suárez y el español José Manuel Fajardo, también piensan mudarse muy pronto acá. “Alguna vez se hablará del grupo de Lisboa”, bromeo. Él se ríe. Fuera de bromas, es un placer contar con la amistad de colegas que han elegido Portugal como su casa.

Los poemas de Ramón Peralta son inéditos, una colaboración especial para Inventario.

INSTANTÁNEAS
(algunos fragmentos)

Un martes de lluvia – un martes de lluvia y viento – un martes de lluvia viento y sol – un martes sin sol – un martes de sol y viento – un martes por la noche – por la mañana – por la tarde – nos vemos – caminanos – un martes – después de la comida – en un martes nublado – después de que los niños salgan a la escuela – en un martes – todos los martes – en una tarde – nos vemos – caminamos. Un becerro bala al oler la sangre de sus compañeras. Gira la cabeza que se le escapa por momentos al hombre que la sostiene. Mira el horizonte, no encuentra nada en que detenerse. Sigue oliendo la sangre, sus patas traseras tiemblan, bailan, se doblan.

Recordemos un automóvil es una partícula, el golpe de un boxeador es una fuerza, el espacio entre el núcleo atómico y los electrones es vacío. Una ola es una onda. El horizonte, las emociones y los recuerdos son producidos por el mismo efecto cuando lanzamos una piedra al estanque y se forman pequeñas ondas hasta la orilla recorriendo la totalidad de la superficie. En el pueblo, una puerta amarilla, un campo de cebollas. Un retrato con la cara llena de miedo. El hombre recostado, enfermo, apenas se le veían los ojos. Ellos trataban de verse en el espejo. Siempre los desconocidos, los que salen en las fotos y sonríen. El granjero con su perro, un galgo. Ambos, no sé por qué, tienen los mismos ojos. Se tapó la mitad de su rostro, en lugar de su ojo, quedó su anillo. el relámpago verde de los loros. Mis cabellos eran nubes extendidas, como si fueran llamas, grandes llamas blancas. La preocupación son las manos en el rostro. Un tiburón en el puesto del mercado. La luna llena sobre un grupo de nubes. Soñé la milpa tupida, alta y por encima dorada. El sonido del anuncio rojo de lámina al soplar el viento. Esa luz que atrae a los insectos.

FOTOSÍNTESIS

(primeros fragmentos)
Acércate a la ventana, ahí la luz cruza libremente, guarda el principio universal, la velocidad de un meteoro; hace visible cualquier superficie y dibuja tu rostro.
El obturador te deja descender. Nos ofrece la posibilidad de registrar fenómenos fugaces. Tu cuerpo presenta los detalles. El cielo es una furia, se reproduce con un color más fuerte y queda el sol nítido. (El sol todo dibuja al tocar sus remos)
Observa el después, parece una coincidencia que estemos presentes en algo que pasó volando por un mausoleo y se detuvo celeste, más adelante, en una rama.

A esto después le llamarán fotografía:

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ese algo que usted vio y ahora recuerda.
No subiremos el diafragma, esa es mi última voluntad, estoy seguro, seremos héroes. Voy a decírselo una sola vez, la pared será una sombrilla porque el sol es un Niágara y toca tu frente.
Entre nosotros no hay nada, salvo lo que ocurre cuando nos observamos. Arrastramos la iluminación perfecta, el gato duerme para no olvidar la casa. Salta del obturador un ruido principal, es el mismo de una máquina de escribir. El destino es el mismo para todos. La fuente proviene de un flash electrónico con paraguas a unos 65 centímetros arriba de mi hombro. Luego, el borde de un destello regresó todo, regresa todo a mis ojos, la soledad de una estación de trenes quedó impresa, y tú con la paciencia de la hierba.
Durante muchos años te robo en una cita, en un instante, concreto y aislado. La foto es una frase para que no desaparezcas. Mira el encuadre, deja de tocarte en el espejo, un retrato no es una semejanza. No te preocupes la garganta, ya casi termino el rollo; listo, tu cuerpo revuelto sobrevivirá al tiempo. Una máquina lo copió, eso es lo que importa en el castillo en un día de verano.
1.- El obturador te deja encender en todos esos colores, en todas esas líneas y en la forma te captura, te comparte, te lleva a otra tierra.

2.- No necesitamos saber más palabras, aquí el cuerpo petrificado es bello, sin doble intención; colgado de una abeja ignora el silencio que le rodea.

3.- Ayer eras el átomo de una mesera atenta. No quiero describir en realidad como eres. Hoy entras a las seis. Con la blusa limpia caminas por la calle y nada se detiene en tu ombligo, por eso la punta de la belleza es efímera por eso Nadar, Julia Margaret Cameron, y los ojos los tenemos atentos, indecisos a tu cintura que duerme, a las ruinas que llevas por delante y el piso encerado crea una visión que no le importa Pistolletto.

5.- Anotemos las impresiones.

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Me encanta leer diarios y correspondencias de escritores. Asomarme a la vida privada y “real” de aquellos que viven de, y para, la invención de otros mundos. Algunas veces, la historia el autor llega a parecerme más interesante que sus propios libros. Recuerdo, por ejemplo, que al leer las cartas que intercambiaron Scott Fitzgeral y su mujer Zelda entre 1919 y 1940 (Grijalbo Mondadori, 1994), me encontré con una historia muy superior a todas las novelas o cuentos escritos por ninguno de los dos. La verdadera gran novela, a ratos demasiado dolorosa, la escribieron a cuatro manos. La correspondencia se interrumpió trágicamente porque Zelda murió en el hospital Psiquiátrico Highland, durante un incendio que, se ha insinuado, pudo haber provocado ella misma y en el que perdieron la vida nueve mujeres en total.
Otro libro maravilloso que les recomiendo leer es el que recoge las Cartas Poéticas e íntimas de Emily Dickinson (Grijalbo mondadori, 1996). En ellas es imposible distinguir la distancia entre la autora y la persona. Nadie como la pequeña de Amherst supo ser en su vida una absoluta unidad. Sus cartas tienen tanto interés como su poesía y fascinan del mismo modo.
El año pasado la revista francesa Belles Latinas, le pidió a varios escritores latinoamericanos que escribieran una narración autobiográfica con el tema Un día en la vida de… En exclusiva para Inventario tengo la primicia de compartir con ustedes un día en la vida del escritor mexicano Antonio Sarabia. El título de su narración es un homenaje a J.D. Salinger, y a su cuento Un día perfecto para el pez banana. La foto del pez luna, junto a Antono Sarabia, la tomó Daniel Mordsinsli.

UN DÍA PERFECTO PARA EL PEZ LUNA

Hace unos días, cansado de libretas, lápices y ordenadores, acudí a refugiarme al oceanario de Lisboa. A veces me sosiega entrar ahí, me ayuda a pensar. Me encanta introducirme en su fresca penumbra donde la luz proviene del inmenso tanque central reputado como el más grande de Europa y, después de recorrerlo un rato, sentarme a meditar en algún recoveco donde impere la quietud y el silencio. Me siento bien acompañado junto a los versos de Sofía de Mello intercalados a trechos en los amplios corredores que miran al colosal y redondo acuario. Un océano diminuto al que hay que contornar varias veces desde distintos niveles para apreciarlo por entero. Se diría que la placidez y la calma se proyectan hacia nosotros desde la dilatada pecera donde se desplazan con desmayada lentitud numerosos bancos de peces, de distintos tamaños, formas y colores. Yo me dejo seducir por la paz de sus serenos movimientos. Sigo con la vista la gran variedad de tiburones y las enormes mantarrayas aleteando mansamente hacia ninguna parte. Todos flotan leves en esa etérea transparencia en la que la gravedad parece perder toda importancia.
Las variaciones en la temperatura del agua favorecen la creación de distintos ambientes marinos permitiendo así las concentraciones de diversas especies en puntos opuestos del gigantesco embalse. Según la altura y el ángulo en que me encuentre, o el rincón desde el que mire, puedo apreciar las diversas formas de la vida oceánica. Desde las siniestras morenas exhibiendo sus feroces mandíbulas dentadas y las anguilas serpenteando entre las rocas hasta las rayas color arena con el aguijón extendido, inmóviles, camuflándose entre las piedras y corales del fondo.
Entre todos esos seres admirables sobresale la descomunal silueta del pez luna. El único ejemplar de su especie que posee el acuario. Yo lo veo como un pavoroso engendro antediluviano. Me es imposible encontrarle forma de pez, o de luna, a pesar de su blancura. Me parece más bien un lento y amorfo meteorito que atraviesa la inmensa pecera con la pesada majestad de un pálido y rugoso satélite acuático. Él es el emperador del estanque. Su enorme tamaño le hace reinar sin disputa sobre los demás habitantes a quienes parece observar con su enorme ojo fijo, igual a la claraboya de un deforme Nautilus que explorara indiferente su entorno.
Su pausado orbitar me perturba y fascina. ¿A dónde va durante ese constante ir y venir por la pecera? ¿No lo imito yo, no lo imitamos todos nosotros, en nuestro constante gravitar por el mundo? Peces extraviados en un oceanario más amplio, persiguiendo ya no se qué absurdos empeños, dando vueltas y más vueltas para retornar tarde o temprano al punto de partida: el umbroso corredor espiral con los versos de Sofía de Mello grabados en sus muros.
Esta última vez el pez luna, como si leyera mi mente, acercó de pronto su monstruosa cabeza a la vidriera. Se habría dicho que el espectador era él y asomaba lleno de curiosidad a esa otra vida que se extendía en el pasillo. Clavó en mí su repulsivo e insolente ojo negro y me sentí descubierto. ¿Sería esa la primera vez que me observaba o, habiéndome advertido durante mis anteriores visitas, se aproximaba ahora para contemplarme de cerca? ¿Qué pensaría de mi figura torpe, desmedrada, sin aerodinamismo y sin aletas que se mueve sin gracia a ras del suelo? ¿Qué historias se figuraría de mi existencia? ¿Le parecería yo más feo y repelente que él mismo?
Al cabo de unos instantes en los que permanecí paralizado de horror, se dio media vuelta y, mostrándome con desdén su aleta dorsal, prosiguió su interrumpido merodear por la pecera.
Ya no le seguí con la vista. Me apresuré fuera del acuario y no he vuelto a entrar desde entonces. Salí al sol de Lisboa y, bien instalado en su luz, me alejé a toda prisa hacia el cálido y hospitalario ambiente del Farta Brutos, mi restaurante favorito en Bairro Alto. Allí aplaqué mis angustias existenciales pidiendo al amigo Oliveira, el bonachón propietario, que me sirviera sin mayores dilaciones un buen rodaballo a la plancha.

Antonio Sarabia

El blog de Antonio aquí

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El viernes de la semana pasada mientras celebrábamos en Lisboa el matrimonio de un querido amigo, una señora, deconozco su nombre, interrumpió la cena para preguntar a quienes estábamos en la mesa (un cineasta, dos novelistas, un editor, una pintora, dos poetas y varios periodistas) cómo se llamaba la escritora que vivió muchos años con la fotógrafa Annie Leibovitz. Yo sé cómo se llama, le dije, es la autora del libro Sobre Fotografía y su novela En América es uno de mis libros favoritos. Entonces comenzaron los murmullos en la mesa, todos sabíamos por quién preguntaba, pero nadie recordaba el nombre. Es la autora de Cuestión de Énfasis, tiene una novela muy famosa, El Amante del Volcán. Sí, sí, sí, todos sabíamos de quién se hablaba, pero no podíamos recordar su nombre. La del mechón de pelo blanco, aportó alguien más. Antonio Sarabia dijo que nuestro amigo Daniel Mordsinski había sido el único fotógrafo presente durante su entierro en Paris. ¿Qué hora es? preguntó Antonio, más de las 11, imposible llamar a Daniel a esa hora. Todos seguíamos intentando recordar su nombre. Entre más tiempo pasaba, peor me sentía conmigo misma: es una de mis autoras favoritas, incluso tengo un libro dedicado por ella para mí. Eso sucede, me dijo Antonio. Y, de repente, alguien lo verbaliza: se llama Susan Sontag. Claro que es Susan Sontag (todos parecemos aliviados), y yo me pregunto cómo fue posible que lo olvidara ¿me estaré haciendo vieja? No, todavía no. No tengo excusa. Nada me queda más que pedirle una disculpa pública, donde quiera que ella esté espero que la acepte. 

La de Susan Sontag (Nueva York, 16 de enero de 1933 – Nueva York, 28 de diciembre de 2004) es una de la plumas más lúcidas de la lengua inglesa. Sus ensayos tocan una gran variedad de temas, pintura, fotografía, literatura y actualidad. El prólogo que reproduzco más abajo, acompaña la publicación en Inglés, en 1994, de Pedro Páramo del mexicano Juan Rulfo. Es una lectura sagaz y penetrante que invita a conocer una de las obras cumbres de la lengua española. Si ya la leyeron les encantará recordarla, si no la han leído, por favor, no lo dejen para mañana, se están perdiendo un libro maravilloso. No les cuento más, que sea la misma Sontag la que hable.

PEDRO PÁRAMO 



”Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo”. Con las oraciones iniciales de Pedro Páramo de Juan Rulfo, al igual que con el comienzo de Michael Kohlhaas, la novela corta de Kleist, y de La marcha de Radetzky, la novela de Joseph Roth, nos sabemos en manos de un narrador magistral.

Estas frases cautivadoras, que por su concisión y franqueza atraen al lector hacia el libro, tienen una suerte de bruñido, de algo ya dicho, como el comienzo de un cuento de hadas.

Pero la diáfana apertura del libro es apenas la primera jugada. En efecto, Pedro Páramo es una narración mucho más compleja de lo que hace suponer su inicio. La premisa de la novela -una madre muerta que lanza a su hijo al mundo, la busca de un hijo en pos de su padre- se convierte en una estancia coral en los infiernos. La narración se ubica en dos mundos: la Comala del presente, hacia la que viaja Juan Preciado (el “yo” de las primeras oraciones), y la Comala del pasado, el pueblo de los recuerdos de su madre y de la juventud de Pedro Páramo.

La narración alterna la primera y la tercera personas, el presente y el pasado. (Las grandes narraciones no sólo están contadas en pretérito, sino que versan sobre el pretérito). La Comala del pasado es un pueblo de gente viva. La Comala del presente está habitada por los muertos, y los encuentros de Juan Preciado cuando llega a Comala son con ánimas. Páramo es la llanura árida, la tierra yerma. No sólo el padre al que busca está muerto, sino todas las demás personas del pueblo. Como están muertos, no tienen nada que expresar sino su esencia.



“Hay muchos silencios en mi vida -dijo Rulfo alguna vez-. Y también en lo que escribo. ”

Rulfo ha recordado que albergó Pedro Páramo en su interior muchos años antes de que supiera cómo escribirla. Más bien redactaba cientos de páginas que después desechaba: alguna vez calificó su novela como un ejercicio de eliminación. “La práctica de escribir los cuentos me dio disciplina -señaló-, y me hizo darme cuenta de que era necesario desaparecer y dejar que mis personajes fueran libres de hablar como quisieran, lo que causó, al parecer, una falta de estructura. Sí hay estructura en Pedro Páramo, pero es una estructura hecha de silencios, de hilos sueltos, de escenas cortadas, en la que todo ocurre en un tiempo simultáneo que es un no tiempo”.



Pedro Páramo es un libro legendario de un escritor que, en vida, también se convirtió en leyenda. Rulfo nació en 1917, en un pueblo del estado de Jalisco; llegó a la Ciudad de México cuando tenía quince años, estudió Derecho en la universidad y comenzó a escribir, aunque no a publicar, a finales de los años treinta. Sus primeros relatos aparecieron en revistas en los años cuarenta, y en 1953 vio la luz una colección de cuentos. Se tituló El llano en llamas. Dos años después apareció Pedro Páramo. Los dos libros establecieron la originalidad y autoridad de una voz sin precedente en la literatura mexicana. Callado (o taciturno), cortés, quisquilloso, docto y sin pretensión alguna, Rulfo fue una suerte de hombre invisible que se ganaba la vida con medios completamente ajenos a la literatura (durante años fue vendedor de neumáticos), que se casó y tuvo hijos y que pasó casi todas las noches de su vida leyendo (“viajó en los libros”) y escuchando música. También fue enormemente célebre y venerado por sus colegas. Es raro que un escritor publique sus primeros libros cuando ya media los cuarenta años, y más raro aún que esos primeros libros sean reconocidos de inmediato como obras maestras. Y es más raro todavía que tal escritor nunca publique otro.

Una novela titulada La cordillera fue anunciada por el editor de Rulfo durante muchos años, desde principios de los sesenta, pero el autor la dio por destruida pocos años antes de su muerte en 1986.

Todos le preguntaban a Rulfo por qué no publicaba otro libro, como si la meta de la vida de un escritor fuera seguir escribiendo y publicando. En realidad, la meta de la vida de todo escritor es producir un gran libro -es decir, una obra perdurable-, y es lo que hizo Rulfo. No merece la pena leer un libro una vez si no merece la pena leerlo muchas veces. García Márquez ha señalado que después de descubrir Pedro Páramo (que con La metamorfosis de Kafka fue la lectura más influyente de sus primeros años como escritor) podía recitar extensos pasajes de memoria, y que a la postre llegó a recordarlo enteramente: tanto lo admiraba y quería saturarse de él.



La novela de Rulfo no es sólo una de las obras maestras de la literatura universal en el siglo XX, sino uno de los libros más influyentes del siglo; en efecto, sería difícil exagerar su influencia en la literatura en castellano durante los últimos cuarenta años. Pedro Páramo es un clásico en el sentido más cabal del término. En retrospectiva, parece un libro que tenía que haber sido escrito. Ha influido profundamente en la producción de la literatura y continúa resonando en otros libros. La nueva traducción de Margaret Sayers Peden, la cual cumple la promesa que le hice a Rulfo cuando nos conocimos en Buenos Aires poco antes de su muerte: que Pedro Páramo se publicaría en una versión en inglés precisa y sin cortes, es un importante acontecimiento literario. (1994)

Tomado del libro Cuestión de Énfasis uno de los últimos trabajos de Susan Sontag, publicado en español por el sello Alfaguara. Se trata de una recopilación de ensayos sobre cuestiones literarias y artísticas que marcaron la centuria pasada. La foto de Susan Sontag es de Annie Leibovitz y la imagen de la portada de la edición a la que se refiere el texto.

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