Hemeroteca de la sección “autores españoles”

EL ENREDO DE LA BOLSA Y LA VIDA

Eduardo Mendoza

Seix Barral 2012

 

SOLO PARA LOCOS Y VALIENTES

Barcelona en pleno verano. Los protagonistas no tienen un euro en el bolsillo. La época de las vacas gordas es cosa del pasado. La ciudad está medio vacía y en sus calles, por lo general repletas de turistas, apenas si se ve uno que otro transeúnte caminando agobiado sobre el alquitrán hirviente. Sólo los valientes están dispuestos a desafiar un calor humillante y tirano para emprender una aventura. Los valientes y los locos. Y si usted no es ni lo uno ni lo otro no se atreva a leer esta novela. Son casi 300 páginas de aventuras delirantes en las que un curioso detective, peluquero de profesión y antiguo recluso de manicomio, nos lleva a recorrer una Barcelona en la que nada sucede en apariencia y en la que, sin embargo, los misterios están a la orden del día: la desaparición de Rómulo el Guapo, antiguo compañero de manicomio del nuestro detective; el súbito interés de Quesito ⎯la pupila adolescente de Rómulo⎯ por encontrarlo; la aparición de un reconocido terrorista internacional en la Costa Brava y su secreta relación con Rómulo el Guapo.

Imposible leer esta novela sin soltar carcajadas, sin esbozar sonrisas cómplices, sin admirarse del ingenio humano. Imposible no llegar a sentir simpatía por sus personajes: delincuentes de poca monta, carteristas, estafadores, pícaros y pícaras capaces de jugarse el pellejo por un unos pocos euros. El detective, protagonista y narrador, nada tiene que ver con el astuto y científico Sherlock Holmes de Conan Doyle, o con los modernos y cultos investigadores de las populares novelas negras nórdicas. El conocido detective anónimo de Eduardo Mendoza nos recordará, quizás, a Ignatius J. Reilly, el inadaptado, amoral y anacrónico personaje de “La conjura de los necios” de John Kennedy Toole (otra novela delirante y llena de humor). Mendoza construye a lo largo del libro una extraordinaria galería de personajes, cada uno con sus rarezas y particular manera de enfrentar el mundo. De entre todos ellos quizás el más simpático sea el honorable abuelo Siau, el viejo chino medio chiflado del bazar oriental. Es sólo una opinión. Cada lector encontrará el que más le guste tomándose una cerveza en el bar del Gordo Sopla Gaitas o compartiendo una humilde cena en el restaurante Se Vende Perro.

Extenderse más sobre los enredos de la trama no vale la pena. Descubrirlos en la prosa del autor es un placer del que no pienso privar a ningún valiente. El libro se lee rápido, los misterios se van resolviendo, la novela termina por parecerse a nuestra vida ¿o será nuestra vida la que se parece a esta novela? Nos reímos a carcajadas, es cierto, pero en el fondo de todo se pasea una profunda tristeza, hay un transfondo dramático que hace de esta historia una obra memorable, una obra que nos servirá para evadirnos de este mundo y al mismo tiempo para verlo más de cerca.

Eduardo Mendoza es un autor que no decepciona. Aquellos que lo han leído lo saben.

Lauren Mendinueta

 

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CAMPO DE BATALLA

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Nace en las ingles un calor callado,

Como un rumor de espuma silencioso.

Su dura mimbre el tulipán precioso

Dobla sin agua, vivo y agotado.

.

Crece en la sangre un desasosegado

Urgente pensamiento belicoso.

La exhausta flor perdida en su reposo

Rompe su sueño en la raíz mojado.

.

Salta la tierra y de su entraña pierde

Savia, venero y alameda verde.

Palpita, cruje, azota, empuja, estalla.

.

La vida hiende vida en plena vida.

Y aunque la muerte gana la partida,

Todo es un campo alegre de batalla.

.

Rafael Alberti

.

.

.

MATERIA NUPCIAL

.

De pie como un cerezo sin cáscaras ni flores,

especial, encendido, con venas y saliva

y dedos y testículos,

miro una niña de papel y luna,

horizontal, temblando y respirando y blanca

y sus pezones como dos cifras separadas,

y la rosal reunión de sus piernas en donde

su sexo de pestañas oscuras parpadea.

.

Pálido, desbordante,

siento hundirse palabras en mi boca,

palabras como niños ahogados,

y rumbo y rumbo y dientes crecen naves,

y aguas y latitud como quemadas.

.

La pondré como una espada o un espejo,

y abriré hasta la muerte sus piernas temerosas,

y morderé sus orejas y sus venas,

y haré que retroceda con los ojos cerrados

en un espeso río de semen verde.

.

La inundaré de amapolas y relámpagos,

la envolveré en rodillas, en labios, en agujas,

la entraré con pulgadas de epidermis llorando

y presiones de crimen y pelos empapados.

.

La haré huir escapándose por uñas y suspiros,

hacia nunca, hacia nada,

trepándose a la lenta médula y al oxígeno,

agarrándose a recuerdos y razones

como una sola mano, como un dedo partido

agitando una uña de sal desamparada.

.

Debe correr durmiendo por caminos de piel

en un país de goma cenicienta y ceniza,

luchando con cuchillos, y sábanas, y hormigas,

y con ojos que caen en ella como muertos,

y con gotas de negra materia resbalando

como pescados ciegos o balas de agua gruesa.

.

Pablo Neruda

.

.


De pie como un cerezo sin cáscaras ni flores,

especial, encendido, con venas y saliva

y dedos y testículos,

miro una niña de papel y luna,

horizontal, temblando y respirando y blanca

y sus pezones como dos cifras separadas,

y la rosal reunión de sus piernas en donde

su sexo de pestañas oscuras parpadea.

.

Pálido, desbordante,

siento hundirse palabras en mi boca,

palabras como niños ahogados,

y rumbo y rumbo y dientes crecen naves,

y aguas y latitud como quemadas.

.

La pondré como una espada o un espejo,

y abriré hasta la muerte sus piernas temerosas,

y morderé sus orejas y sus venas,

y haré que retroceda con los ojos cerrados

en un espeso río de semen verde.

.

La inundaré de amapolas y relámpagos,

la envolveré en rodillas, en labios, en agujas,

la entraré con pulgadas de epidermis llorando

y presiones de crimen y pelos empapados.

.

La haré huir escapándose por uñas y suspiros,

hacia nunca, hacia nada,

trepándose a la lenta médula y al oxígeno,

agarrándose a recuerdos y razones

como una sola mano, como un dedo partido

agitando una uña de sal desamparada.

.

Debe correr durmiendo por caminos de piel

en un país de goma cenicienta y ceniza,

luchando con cuchillos, y sábanas, y hormigas,

y con ojos que caen en ella como muertos,

y con gotas de negra materia resbalando

como pescados ciegos o balas de agua gruesa.

.

Pablo Neruda

.

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DOS CUERPOS

.

Dos cuerpos frente a frente

son a veces dos olas

y la noche es océano.

.

Dos cuerpos frente a frente

son a veces dos piedras

y la noche es desierto.

.

Dos cuerpos frente a frente

son a veces raíces

en la noche enlazadas.

.

Dos cuerpos frente a frente

son a veces navajas

y la noche es relámpago.

.

Dos cuerpos frente a frente

son dos astros que caen

en un cielo vacío.

.

Octavio Paz

.

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SALMO

.

Cuando ya no tenga que pensarte

ni que soñarte mejor;

cuando ya no tenga que olvidarte

ni tenga que recordarte

porque estés en el aire que respiro;

cuando ya no tenga que buscarte

ni tenga que perderte

porque estés en mi soledad;

cuando te encuentre en tu sitio

como hoy encuentro mi cuerpo,

con sólo asomarme a mí mismo;

cuando seas en mi alma el más seguro,

más olvidado presente;

cuando nada tenga que decirte,

vida mía que tengo y que me tienes,

hermosa en el hermoso mundo

florecido jardín en tu jardín;

cuando por fin nos miremos

sin decir nada

en nuestros vivos ojos de libres vivos;

escucha entonces el mas dulce

de los nombres que te he dado:

el nombre ardiente y final

que te dirá mi silencio enamorado.

.

Tomás Segovia

.

.

.

XXX

.

Llevo un amor tan hermoso

como un mar dentro del pecho,

.

Llevo un amor como un mar

En el pecho prisionero

.

Llevo el mar de un gran amor

y no encuentro en qué ponerlo

.

¡Tanto cielo, tanto cielo,

y mi amor prisionero!

.

.

XXX

.

Como esta mano en tu pelo,

hundirme, hundirme…

.

Arrancar de mi carne el mundo

y en el fondo de mi sueño,

dormido lúcido,

quedarme irreal, único, absoluto,

como esta mano en tu pelo,

hundirme, hundirme.

.

Tomás Segovia

.

.

.

.

.

.

Te amo, mujer de mi gran viaje,

Como el mar ama al agua

Que lo hace existir

Y le da derecho a llamarse mar

Y a reflejar el cielo y la luna y las estrellas.

.

Vicente Huidobro

.

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Me preguntas por qué de aquellas tardes

en que inventamos el amor no queda

un solo testimonio, un triste verso.

(Fue en otro mundo: allí la primavera

lo devoraba todo con su lumbre.)

Y la única respuesta es que no quiero

profanar el amor invulnerable

con oblicuas palabras, con ceniza

de aquella plenitud, de aquella lumbre.

.

José Emilio Pacheco

.

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Abres los ojos. Silencias, es la noche

complicada de estrellas y conjuras mentales.

Cierras los ojos. Sonríes. Es el canto:

el día que transcurre por los labios indecisos.

Me matas. Es la vida.

Te mueres. Es un ala.

Cualquier palabra sirve para nombrar el prodigio.

.

En los magnéticos campos, vas y vienes sin moverte,

vienes y vas alternante, dando así a luz los misterios.

Abres los brazos. Me entrego.

Cierras el fruto. Lo muerdo.

Abres la música y vuelan entre palmas mis latidos

o te cierras, y son sierpes

en la aurora inacabable de la metamorfosis.

.

Abres. Cierras. Apretado

el fruto es comestible, y erótico, y violento,

y horrendamente arcaico. Y sagrado, por arcaico.

Cierras. Abres. Te declaro por alegrías, variando,

con voz pública y escándalo.

Sé que nadie nos perdona. Que desafío si canto.

Que la dicha es un pecado.

.

Vivir hacia delante mientras la vida crece,

no pensar que te acechan, hipnóticos, los iris

de los céntricos ojos de la muerte,

creer que por feliz, limpio, alígero, indemne,

transcurres inocente,

es ignorar que nunca se perdona al dichoso,

que amar es siempre dolo.

.

¡Cómo brillan en la mina los tesoros,

las aéreas tormentas

contenidas en un grano de ira y oro!

¡Cómo acaban

en cabezas de muerto los espigados gozos

y las fúlgidas sumas del maquinal insomnio!

¡Cómo somos uno y otro, sin razón corazonados!

.

No se debe (tiemblas, abres),

no se puede (cierras, dueles),

no se quiere luchar, sólo se quiere

conservar ese cuerpo felizmente evidente,

esos ojos, esos labios, esos brazos

secretamente envolventes,

sintiendo mansamente que ahí acaba la muerte.

.

Puestos los guantes de llamas

se tocan limpiamente los turbios sentimientos.

Puesta en sí la mirada,

se ve sólo el amor, la vida clara.

Otros ojos reales, un orden de distancias.

Y no se pide más.

Se piden simplemente las materiales magias.

.

Nada más (¿será mucho?),

nada menos que vivir lo total en el momento

como todos podemos vivir, como besamos,

como amamos y erramos luminosos,

como yo, por ti, contigo, puedo y hago,

pese al mundo que nos burla y nos desgarra,

pese a todos los que llaman cinismo a mi inocencia.

.

Abres los ojos. Te miro sin acabar de encontrarte.

Cierras los ojos. Te envuelvo, muriéndome por dentro.

Pones la noche. Te pienso.

Pones el día. Te espero.

Y en esta vida me cumplo, madurando con lo triste.

Y aunque todo parece mentira, yo te creo.

Sé que el amor existe.

.

Gabriel Celaya

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Abrazado a tu tierra,

cuerpo en flor,

a tus praderas para galoparlas

junio entraría en nosotros como la luz entre estos pinos.

Entraría radiante, viniendo yo no sé

de dónde, pero cierto como un brazo de aurora.

Y ya no habría hora triste ni momento malo.

.

En nuestros brazos tiene el tiempo

su dimensión más ancha, y para dar consuelo

y no sentirnos solos, bastaría

con la certeza de tu cuerpo aquí,

como una flor que empuja o, más bien, como

aquel temblor de los cañaverales.

.

Y desde qué tristeza hemos venido,

desde qué infancia que nos han quitado.

.

Si bajo nuestra tierra está la tierra extensa,

la que pisaron otros hombres

con paso fiel o con melancolía,

yo quisiera decirte, preguntarte,

como a mí mismo me pregunto,

si en esta tierra no ha quedado algo nuestro,

un pasado de niños tristes bajo la lluvia,

algo, en fin, donde tú y yo vivimos,

donde hemos existido tú y yo ajenos, distantes,

echados al olvido duramente,

antes que en nuestro pecho a un tiempo entraran

este junio radiante, esta otra vida.

.

Carlos Sahagún

.

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Sella tú con tus labios estos míos.

Pon tu mano en mi mano.

O deja que acaricie tu cabello,

tus mejillas, tu frente,

mientras hundo mis ojos en tus ojos,

en la insondable luz de tu mirada.

Deja que, así, te exprese,

cuando huyen las palabras

-ay, expresión del tacto,

única voz precisa-,

deja que, así, te exprese mi ternura.

.

Vicente Gaos

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¡Qué profundo es mi sueño!

¡Qué profundo y qué claro,

qué transparente es, ahora, el universo!

Si pensando en ti siempre,

si soñando contigo me desvelo,

y te miro por dentro, con mis ojos,

si te miro por dentro…

veo la oscura entraña de la vida,

tu sorda luz de fuego,

y ya no sé si a ti te estoy mirando,

o si contemplo el cielo:

el último trasfondo del poniente,

sin nubes y sin velos,

más arriba de todas las estrellas,

donde está Dios, despierto.

O el inicial trasfondo de la noche

donde estás tú, durmiendo.

.

Y yo sobre la tierra, oscurecido

por tanta luz, yo, ciego,

soñando en Dios, soñando en ti, soñando

lo mucho que te quiero.

.

Vicente Gaos

.

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Ya estoy de vuelta, amor, viniendo estoy,

llegando más a ti a cada rodada,

no vuelvo a lo dejado la mirada,

siempre adelante remirando voy.

.

Hombre que sueña y que se acerca soy,

hombre que viene por la madrugada,

que anhela y goza y tiembla la llegada

muerto de ayer y redivivo de hoy.

.

No sé si de mis huertos, de mis rosas,

si vengo de mi campo con espinas,

si del mundo, no sé, si de mis cosas…

.

Sé que soy hombre que se acerca al beso,

hombre que sueña pueblo con esquinas,

hombre que sueña que se acerca… Eso.

.

Antonio Murciano

.

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UN BEL MORIR

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De pie en una barca detenida en medio del río

cuyas aguas pasan en lento remolino

de lodos y raíces,

el misionero bendice la familia del cacique.

Los frutos, las joyas de cristal, los animales, la selva,

reciben los breves signos de la bienaventuranza.

Cuando descienda la mano

habré muerto en mi alcoba

cuyas ventanas vibran al paso del tranvía

y el lechero acudirá en vano por sus botellas vacías.

Para entonces quedará bien poco de nuestra historia,

algunos retratos en desorden,

unas cartas guardadas no sé dónde,

lo dicho aquel día al desnudarte en el campo.

Todo irá desvaneciéndose en el olvido

y el grito de un mono,

el manar blancuzco de la savia

por la herida corteza del caucho,

el chapoteo de las aguas contra la quilla en viaje,

serán asunto más memorable que nuestros largos abrazos.

.

Alvaro Mutis

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Alto en la cumbre

todo el jardín es luna,

luna de oro.

Más precioso es el roce

de tu boca en la sombra.

.

Jorge Luis Borges

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No decía palabras,

acercaba tan sólo su cuerpo interrogante,

porque ignoraba que el deseo es una pregunta

cuya respuesta no existe,

una hoja cuya rama no existe,

un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos,

remonta por las venas

hasta abrirse en la piel,

surtidores de sueños

hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,

una mirada fugaz entre las sombras,

bastan para que el cuerpo se abra en dos,

avido de recibir en sí mismo

otro cuerpo que sueñe;

mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,

iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque sólo sea una esperanza,

porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.

.

Luis Cernuda

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XXX

Tú, que tanto temes “perder pie” te voy a decir una cosa: el mañana es un mar hondo que hay que cruzar a nado

XXX

DESEO

Amarte con un fuego duro y frío.

Amarte sin palabras, sin pausas ni silencios.

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Amarte cada vez que quieras,

y sólo con la muda presencia de mis actos.

.

Amarte a flor de boca y mientras la mentira

no se distinga en ti de la ternura.

.

Amarte cuando finges toda la indiferencia

que tu abandono niega, que funde tu calor.

.

Amarte cada vez que tu piel y tu boca

busquen mi piel dormida y mi boca despierta.

.

Amarte por la soledad, si en ella me dejas.

Amarte por la ira en que mi razón enciendes.

.

Y, más que por el goce y el delirio,

amarte por la angustia y por la duda.

.

Javier Villaurrutia

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PRESENTE AUSENCIA

No te veía, pero te sentía

caer desde mi pensamiento,

derramada en mi espalda

como un calor de pájaro en el viento.

.

Te hiciste toda pulso

derretido:

.

Se me perdió la carne por el sueño.

.

Emilio Prados

.

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Para vivir no quiero

islas, palacios, torres.

¡Qué alegría más alta

vivir en los pronombres!

¡Quítate ya los trajes,

las señas, los retratos;

yo no te quiero así,

disfrazada de otra,

hija siempre de algo.

Te quiero pura, libre,

Irreductible: tú.

Sé que cuando te llame

entre todas las gentes

del mundo, sólo tú serás tú.

Y cuando me preguntes

quién es el que te llama,

el que te quiere suya,

enterraré los nombres,

los rótulos, la historia.

Iré rompiendo todo

lo que encima me echaron

desde antes de nacer.

Y vuelto ya al anónimo

eterno del desnudo

de la piedra, del mundo,

te diré:

“Yo te quiero, soy yo.”

.

Pedro salinas

.

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Una a una desmonté las piezas de tu alma.

Vi como era por dentro:

sus suaves coyunturas,

la resistencia esbelta de sus trazos.

Te aprendí palmo a palmo,

pero perdí el secreto

de componerte.

Sé de tu alma menos que tú misma

y el juguete difícil

es ya insoluble enigma.

.

Gerardo Diego

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No es que muera de amor, muero de ti.

Muero de ti, amor, de amor de ti,

de urgencia mía de mi piel de ti,

de mi alma de ti y de mi boca

y del insoportable que yo soy sin ti.

Muero de ti y de mí, muero de ambos,

de nosotros, de ese,

desgarrado, partido,

me muero, te muero, lo morimos.

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,

en mi cama en que faltas,

en la calle donde mi brazo va vacío,

en el cine y los parques, los tranvías,

los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza

y mi mano tu mano

y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire

para que estés fuera de mí,

y en el lugar en que el aire se acaba

cuando te echo mi piel encima

y nos conocemos en nosotros separados del mundo

dichosa, penetrada, y cierto, interminable.

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos

entre los dos, ahora, separados,

del uno al otro, diariamente,

cayéndonos en múltiples estatuas,

en gestos que no vemos,

en nuestras manos que nos necesitan.

Nos morimos, amor, muero en tu vientre

que no muerdo ni beso,

en tus muslos dulcísimos y vivos,

en tu carne sin fin, muero de máscaras,

de triángulos oscuros e incesantes.

Me muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,

de nuestra muerte, amor, muero, morimos.

En el pozo de amor a todas horas,

inconsolable, a gritos,

dentro de mí, quiero decir, te llamo,

te llaman los que nacen, los que vienen

de atrás, de ti, los que a ti llegan.

Nos morimos, amor, y nada hacemos

sino morirnos más, hora tras hora,

y escribirnos y hablarnos y morirnos.

.

Jaime Sabines

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No es nada de tu cuerpo,

ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,

ni ese lugar secreto que los dos conocemos,

fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.

No es tu boca –tu boca

que es igual que tu sexo-,

ni la reunión exacta de tus pechos,

ni tu espalda dulcísima y suave,

ni tu ombligo, en que bebo.

Ni son tus muslos, duros como el día,

ni tus rodillas de marfil al fuego,

ni tus pies diminutos y sangrantes,

ni tu olor, ni tu pelo.

No es tu mirada -¿qué es una mirada?-

triste luz descarriada, paz sin dueño,

ni el álbum de tu oído, ni tus voces,

ni las ojeras que te deja el sueño.

Ni es tu lengua de víbora tampoco,

flecha de avispas en el aire ciego,

ni la humedad caliente de tu asfixia

que sostiene tu beso.

No es nada de tu cuerpo,

ni una brizna, ni un pétalo,

ni una gota, ni un grano, ni un momento:

.

Es sólo este lugar donde estuviste,

estos mis brazos tercos.

.

Jaime Sabines

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CÓMO RESBALA EL SOL

Cómo resbala el sol

sobre las hojas.

Sensación de que todo,

ahora, en torno a mí,

ha dejado de ser,

y no hay nada, no hay nada

que se pueda cantar,

si no es el canto mismo.

.

POCAS COSAS DESPIERTAN

Pocas cosas despiertan

mi alegría

como el brincar gozoso

de algún perro

que me ha salido al paso.

Pocas cosas remueven

algo profundo en mí

como el mirar de un perro

fatigado

de haber vivido tanto.

Todo el amor del mundo

que tu ansías

y la desolación que sientes

asoman a los ojos

de un perro que te mira,

interrogándote.

.

José Corredor-Matheos

Poeta, ensayista y traductor español, nacido en Alcázar de San Juan en 1929.
Se radicó en Barcelona desde 1936 donde se licenció en Derecho, iniciando su trayectoria poética en 1953 con su libro 
«Ocasiones para amarte», al que le han seguido otros títulos reunidos en «Poesía 1951-1975» y «Poesía 1970-1994». 
Es además autor de varias monografías sobre arte contemporáneo, arquitectura, diseño y artes populares.
Es académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes San Fernando.
Aunque pertenece a la generación de poetas de los 50, su inclinación literaria se aproxima a la cultura oriental, la poesía 
china y la filosofía budista.
Entre los galardones obtenidos se destacan: el Premio Boscán de Poesía en 1961, el Premi d’Arts Plàstiques de la Generalitat 
de Catalunya en 1993, el Premio Nacional de Traducción por su antología bilingüe «Poesía catalana contemporánea» 1983, 
y el Premio Nacional de Poesía 2005 por «El don de la ignorancia».

(Tomado de amediavoz.com)

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Escribo esta carta como respuesta a un largo comentario que me envió Javier Travieso a propósito de los diez años de la publicación de Inventario de Ciudad (ver los comentarios de la entrada anterior).

Apreciado Javier:

Tal vez publicar un libro sea para algunos lo más importante que les ocurra en la vida, aunque para el resto del mundo no sea más que un acontecimiento banal. Los libros, y más los de poesía, suelen pasar por las librerías sin pena ni gloria, y eso por no mencionar sus escasas reseñas. Inventario de ciudad tuvo sólo una que me alegró muchísimo porque apareció en un periódico nacional, aunque al final no sirvió ni para hacerme más conocida ni para que el libro se vendiera mejor. Publicamos nuestro primer, segundo y tercer libro y seguimos siendo casi tan anónimos como siempre y los escritores mayores nos continúan mirando con las mismas reservas.

Grandes poetas, y me refiero a personas que en verdad cambiaron la literatura, como Fernando Pessoa y Emily Dickinson, apenas si editaron en vida y, sin embargo, qué sería de la literatura universal sin ellos. Emily Dickinson, lo sabemos por sus cartas, se enojó con su cuñada por publicar sin su consentimiento un par de poemas suyos en un periódico local. Ver su nombre en letras de molde no ilusionaba a Emily. Me dirás que poetas como Pessoa y Dickinson son excepcionales. Te concedo toda la razón. Para los demás mortales el asunto es otro.

Publicar es bueno porque impone una distancia necesaria entre lo que hacemos y lo que somos capaces de hacer. Cuando veo un poema mío publicado en un blog, en una antología o en un libro, no lo miro como la misma indulgencia que miro a mis hijos. Lo leo como si lo hubiera escrito mi peor enemigo y trato de ser dura en mi juicio, censurándolo, búrlándome y si es necesario renegando de él. Ya expulsé varios de mis poemas a puntapiés y no quiero volverlos a ver en mis libros futuros. Publicar no siginifica perder el control sobre lo propio. Yo nunca menciono el título de mi primer libro con la esperanza de que nadie se acuerde de que existe. Sé que Antonio Sarabia anda en busca, desde hace dos décadas, de los ejemplares que resten de su primer libro publicado, que casualmente es un poemario, para quemarlos sin piedad.
Publicar es un acto que puede traer alegrías, pero te aseguro que la mayoría son efímeras. Tengo mucho que agradecerle a mis primeros poemarios. Gracias a ellos, por ejemplo, me invitaron por primera vez a un encuentro de escritores en Europa. Aquello fue maravilloso, porque yo no tenía dinero para hacer un viaje así por mi cuenta. El viaje duró tres semanas: Viena- Graz-Venecia- Paris, y sin embargo al regresar a mi pueblo nada había cambiado. Yo había cambiado un poco tal vez, pero me parece que nadie se dio cuenta. Entendí que no escribía para comunicarme con el mundo. Muchas personas, incluidos mis padres, me dijeron que debía dedicarme a otra cosa, o resignarme a morir de hambre, pero no me importó. Yo escribía porque me sentía sola y la vida en soledad es muy dura. Escribía para llenar un vacío que me acompañaba como una marca de nacimiento.
Desde hace unos meses te leo. No sabía que tenías 19 años, te pensaba un poco mayor. Me gusta lo que haces, tienes mucho talento. Y me honra tenerte entre mis lectores. No me cabe duda que algún día publicarás tú también. Cuando mire tu libro en los anaqueles me preguntaré si publicar se ha revelado para ti como “el hecho más importante de tu vida”. Espero sinceramente que no. Que vivirás muchas experiencias más trascendentales que ésa.
En esta carta te he dejado un puñado de ideas personales, imagino que te servirán de muy poco. Para decirlo con una frese hecha: cada escritor es un mundo. Sólo me queda agradecerte que me hayas escrito, trataré de sentirme “un todo, una pieza en el genio histórico”, como me dices, pero no sé si lo lograré. No paso de ser una escritora colombiana de provincia que ahora tiene la suerte de vivir en Lisboa.
Con afecto,
Lauren Mendinueta

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El pasado mes de febrero apareció en las vitrinas de las librerías españolas una reedición de Amarilis, la primera novela del escritor mexicano Antonio Sarabia (México D.F., 1944). El libro fue publicado por la editorial Belacqva en su colección Verticales de Bolsillo, y se suma al excelente catálogo que el editor catalán Pere Sureda viene formando para esta editorial.
Amarilis es un fresco del Siglo de Oro Español que narra los últimos años en la vida de Lope de Vega y su postrer amor por la bellísima Marta de Nevares Santoyo, a quien el poeta bautizó con el sobrenombre que da título al libro. De esta obra, el novelista español José Manuel Fajardo ha escrito que se trata de “una gran novela que acierta a reconciliar la modernidad con la tradición” y añade: “en este libro, en vez de dejarse aplastar por la monumental figura de Lope de Vega, Sarabia sabe poner al clásico de su parte”.
Antonio Sarabia Estudió Ciencias y Técnicas de la Información en la Universidad Iberoamericana de México, después de lo cual se dedicó a la radio y la publicidad. En 1981, con tenía treinta y siete años, decide viajar a Europa, para radicar en Paris, y dedicarse a la literatura de tiempo completo. Pero no sería hasta diez años más tarde cuando publicaría su primera novela: Amarilis (Norma, 1991). Desde entonces se ha destacado como uno de los grandes escritores de la moderna narrativa iberoamericana. Como dato curioso, y poco conocido, puedo decir que Amarilis, apesar de ser la primera novela publicada, es en realidad la segunda escrita por este autor, quien en 1988 fue finalista con El alba de la muerte, más tarde El Retorno del Paladín (Ediciones B, 2005), del Premio Diana Novedades.
En la carátula de la nueva edición, esta es la quinta en lengua española, podemos leer una frase de Álvaro Mutis que afirma “en Amarilis vuelve a inventarse la vida”. Yo sólo puedo añadir que esta es una novela para volver a enamorarse de la poesía con una de las mejores prosas de nuestra lengua.

Hoy, 9 de mayo de 2009 a las 20:00, la cita con Antonio Sarbia es en la Feria del Libro de Valladolid, durante el I Encuentro sobre Novela Histórica que se está desarrollando en la ciudad castellana. La mesa en la que participa esta noche se titula: La Imagen de la Literatura en la Novela Histórica. Además el autor mexicano ofrecerá una firma de libros.

Todo un capítulo en exclusiva para Inventario. Para leer más visite Los Convidados de Antonio Sarabia, y si lo que quiere realmente es disfrutar de la novela en toda su belleza pase por su librería favorita.


¿DONDE HA VISTO ANTES ESE LERDO CAMINAR DE OSO
, ese rostro barbicerrado, esos ojos espantadizos? se pregunta Valsaín llegando a procurarse el desayuno cotidiano en su habitual hostería de la Puerta del Sol. El propietario del lugar, un valenciano de rostro cetrino, sonrisa zaina y maneras untosas, lo deja comer de mogollón, sin cobrarle un maravedí, a cambio de algunos pequeños servicios transportando fardos o moviendo cosas pesadas en el sótano. El se conforma con una tajada de letuario de naranja para asentar el estómago y un buen vaso de aguardiente: el perfecto tentempié matutino para resistir mejor las faenas del día. En realidad ahí no se puede ordenar gran cosa. El lugar es un bodegón de mala muerte, reconoce Valsaín, un verdadero registro de cherinoles, muy poco recomendable para godizos o gente honrada. Por eso le extraña ver esa figura desgarbada, tan manifiestamente fuera de sitio, que avanza sorteando incómoda los ruidosos parroquianos. Salta a la vista que no tiene nada que hacer ahí.
Su imagen le trae de súbito a la cabeza aquel bautizo al que asistió por casualidad semanas atrás, siguiendo a Lopillo por la calle de Atocha, tiempo después de su permanencia en los Desamparados. Ese godizo de mirar inquieto es el padre de la gardilla a quien llevaron a la pila con tanta pompa en San Sebastián, recuerda de pronto. Su esposa es la joven señora que la dio a luz, la amiga de Marcela del Carpio. Se precipita tras él con la oscura intención de prevenirlo, que no aparte la mano de la bolsa y se largue de ahí lo más pronto posible, va pensando advertirle, pero se detiene sin decir palabra al verlo sentarse en el rincón menos concurrido de la taberna, y entablar conversación en voz muy baja con dos individuos de temible catadura.
Toma asiento, como al azar, en la única mesa libre junto a ellos, y el godizo le dirige una mirada de infinita desconfianza. Los rufianes que lo acompañan se encogen de hombros. Es un estravo, dice uno, un mandria, un bobo, lo llama el otro sin concederle importancia. Valsaín finge no entender sus comentarios y ellos vuelven a concentrarse en su negocio. Son gente de fuera, observa mirándolos de reojo, nunca los había visto por los alrededores. Tienen la misma pinta de forajidos valencianos que el propietario del mesón. Pero a leguas se ve que éstos no son comendadores de bola ni bailicos, ladroncillos de poca monta, sino arriscados matarifes, cherinoles, de media sobre media, sombrero caído sobre el embozo, guantes descabezados, tizonas desmesuradas y filosos desmalladores asomando bajo las fajas. El godizo lleva el peso de la conversación y Valsaín oye mencionar en voz muy baja, en un susurro imperceptible para oídos menos agudos que los suyos, el nombre del farfaro poeta. Los dos jaques se miran entre sí con aire de duda. El esposo de la amiga de Marcela saca una taleguilla de piel de gato y deja caer varios juanes dorados sobre el tablón. Uno de los fuereños, que parece hablar también por su camarada, los rehúsa, colmilludo, con un remiso movimiento de cabeza. El hombrecillo vacía entonces el total del contenido de la bolsa volviéndola boca abajo frente a ellos. Las monedas relucen un instante contra la madera antes de que el rufo las haga desaparecer en su propia escarcela en señal de asentimiento. No hay nada más que decir. El godizo se pone en pie, ensaya un tímido ademán de estrechar una mano, sea para sellar el pacto o despedirse, pero los malhechores fingen no verlo y él se va sin añadir palabra.
El azar lo ha puesto al corriente de un complot para asesinar a Lope de Vega, piensa Valsaín. No le cabe la menor duda. Acaban de firmar la noche, la tristeza, la sentencia de muerte, del Fénix de los ingenios. No puede tratarse de otra cosa. Esos hombres no tienen más oficio que disponer de vidas ajenas, discurre, mientras ellos apuran sus barrosos de caramo, vino, dejan unos cuartos sobre la mesa y parten a su vez, desaparecen, confundiéndose entre los demás clientes del lugar. Valsaín permanece un rato inmóvil ante su tajada de letuario, sin animarse a tocarla. En su interior se debaten sentimientos contradictorios. Los jayanes y el godizo han convenido un plazo, fijado un límite, a la vida del farfaro poeta. El marido de la amiga de Marcela no es tan amigo del padre de Marcela. Hace un gesto de enfado resoplando sin convicción, como persuadiéndose a si mismo de que a él qué más le da. El cura no le merece respeto, ni simpatía, después de su pasada intransigencia hacia Lopillo. Y luego ya está viejo. La parca no dilatará en llevárselo de todos modos, tarde o temprano. No en balde, en su dialecto, llaman a la muerte “cierta”. Deja la taberna meditando lo que será de la vida de Lopillo cuando le falte el padre. Tal vez lo encierren de nuevo en los Desamparados y esta vez no habrá quien vaya a reclamarlo. A él, Valsaín, le vedarán el verlo y ya no podrán pasear como acostumbran por las calles de la villa. ¿Y Marcela? Si se llevan también a la niña ¿quién va a leerle a él tantas cosas admirables como escriben y venden los obnubilados?
De todos modos se siente incapaz de prevenirlos, de advertirles, de ir a contarles lo que pasa ya sea a ellos o a su padre. Hacerlo significaría traicionar a su gente, a la chanfaina, a su clan, a sus principios. ¿El, soplón?, ¿él, fuelle?, ¿él, abanico?, ¿él, cerbatana?, repite sin cesar, en voz alta, torturado por sus propios vocablos. Excepto por el de longares, cobarde, no concibe peor insulto en germanía que el de malsín, búho, delator, castañeta.
Esa tarde prescinde de su acostumbrada ronda por la calle de Francos. Teme no poder resistir la tentación de avisar a sus amigos y convertirse en traidor a su linaje. Esbata, esbata, calla, aguanta el canto, sujeta la lengua, la desosada, se vocifera a si mismo marchando por plazas y mercados sin poder alejar de la conciencia el crimen que está por cometerse, sino es que ya lo han concluido. Marcela y Lopillo son, ahora sí, huérfanos de padre y madre. Van a encerrarlos de nuevo en los Desamparados. Los golondrinos no le harán ningún caso, inútil exigirles que lo sigan para rescatar a sus amigos. No puede contar con ellos: son soldados de adorno, de juguete, de mentiras. Al caer la noche sus pasos lo traen de vuelta a las cercanías de la Puerta del Sol.
Ahí se topa otra vez con los granujas, triscadores, fanfarrones, que pasean arrogantes por la calle de la Montera. Valsaín se apacigua al encontrarlos: si hubieran liquidado a Lope de Vega, razona, no se verían tan tranquilos en la plaza. Andarían a caballo por el monte, muy lejos de la villa, galopando camino de su tierra.
Decide callar, sí, guardar silencio, sí, cerrar el pico, sí, pero no perderlos de vista. Acecharlos sin que lo noten hasta que se le ocurra una leva, una cifra, un ardid que le saque del aprieto. A él y a Marcela y a Lopillo y al cruel sacerdote que desgraciadamente les tocó por padre.
Los truhanes se retiran a dormir temprano en uno de los varios albergues de media con limpio de la misma calle de la Montera. Valsaín conoce el lugar por haber sorneado en él algunas heladas noches de invierno. Cuesta cuatro charneles, ocho maravedís, alquilar una ruinosa cama que se está obligado a compartir con cualquier otro huésped. Uno solicita siempre que lo pongan con quien se vea más aseado o parezca tener menos piojos, pulgas y costras de mugre; por eso se llama a esos lugares “de media con limpio”, aunque si los dos tunantes se acostaron en el mismo catre les habrá tocado por fuerza cama con sucio, deduce Valsaín.
Es extraño que dos enjibadores forasteros con la bolsa repleta de contentos, monedas de oro, se retiren a dormir en lugar de estilbar, beber, florear el naipe, o darse una vuelta por los prostíbulos de la calle del Luzón o la plaza del Alamillo, reflexiona instalándose de guardia frente al mesón, sin saber muy bien cuál es el mejor camino a seguir. Tal vez los cherinoles descansan, sornean, se reposan, porque saben que les espera una larga vigilia. Van a dar su golpe, a descornar su flor y después cabalgarán el resto de la noche piñando de vuelta a su caverna. Por otra parte, él puede estar errado en sus sospechas. A la muerte llaman cierta, pero no inminente, se dice alimentando una oscura esperanza.
Apenas pasadas las once los ve aparecer de nuevo a la puerta del lugar. No durmieron largo rato, reflexiona Valsaín remontando en pos de ellos la carrera de San Jerónimo, siguiéndolos sin ser visto hasta la calle del Lobo y observándolos introducirse sigilosos en la oscuridad del barrio donde habitan Marcela y Lopillo. Recoge un turrón en el camino, un sólido pedrusco del tamaño de su puño cerrado, y se lo guarda, por si acaso, entre los pliegues de la ropa.
Los dos facinerosos recorren la calle del Infante examinando las fachadas de las casas a la tenue luz de la luna. Se detienen al pasar frente a una de ellas, como si reconocieran unas señas particulares, y luego van a ocultarse entre las sombras de la esquina de la calle del León, cerrando el paso hacia la de Francos. Valsaín se hunde en las tinieblas del umbral de una puerta. No sabe lo que están haciendo ahí pero sospecha que su furtiva presencia, tan cerca de la casa de Lope de Vega, tiene que ver con la conversación que sorprendió esa misma mañana. Oye dar las doce en San Sebastián. El grave tañer de sus bronces se continúa aquí y allá por campanadas más o menos lejanas, ecos de otras iglesias de la villa. De pronto, como si ese dilatado repicar fuera una señal, una puerta se abre y se escuchan voces de gente que se despide. La tenue claridad del interior de la casa presta un breve resplandor a la calle aparentemente desierta. Valsaín no se atreve a asomar la cabeza para averiguar lo que sucede por temor a delatarse. La puerta se cierra con un rechinido y todo queda de nuevo envuelto en la sombra. Quien acaba de dejar la casa viene recto hacia él, desde su derecha, caminando en dirección a la calle de Francos. ¿Será el farfaro poeta? se pregunta conteniendo la respiración. Escucha a lo malandrines de su izquierda ponerse en movimiento, avanzan sin darse prisa, con calculada naturalidad, para no alertar a su víctima.
Los mira pasar junto a él disimulando bajo las capas las espadas desenvainadas, sin verlo, tan cerca que casi le rozan la barba. Valsaín levanta el puño armado de la piedra y lo deja caer como una maza de granito sobre la cabeza del más próximo hundiéndole el cráneo. El truhán cae hacia adelante sin exhalar un gemido. Nunca supo lo que le sucedió, piensa Valsaín mientras el restante salta a un lado, fuera del alcance de la sombra inesperada que emerge del vano de la puerta. El farfaro poeta capta en un santiamén lo serio del predicamento y recoge la espada que acaba de rodar a sus pies. El canalla sobreviviente parece bien habituado a esos lances porque, a pesar de su sorpresa y del compañero caído, reacciona con extremada sangre fría. Se pone en guardia girando sobre sí mismo para no dar la espalda a Valsaín, sin por eso perder de vista el acero que ya esgrime Lope de Vega. Sopesa las fuerzas de sus contrincantes. Se decide por atacar al que ve armado tratando de terminar rápido. Para eso le pagaron, colige Valsaín, es natural que intente desquitar el sueldo. El sacerdote resiste a pie firma la embestida con una serie de brillantes paradas que sorprenden a su adversario. No esperaba encontrarse con alguien tan diestro, piensa Valsaín compartiendo su estupefacción. Quién hubiera dicho que el farfaro poeta era un auténtico travo, un temible espadachín a quien el tiempo no ha disminuido la vista ni debilitado la muñeca. El bribón retrocede unos pasos, como para considerar con admiración al hombre que tiene enfrente. Lope de Vega, a pesar de embarazarle la sotana, aprovecha el momento para arremeter con violencia contra su agresor. Valsaín se entusiasma con el chocar de las filosas y las chispas de los chincharrazos. El rufián se defiende como puede, perdiendo terreno a ojos vista, avasallado por la clara superioridad de su oponente. Lope se tira de improviso a fondo y Valsaín escucha una sorda maldición. El hombre se echa hacia atrás con el brazo encogido, tocado, y luego deja caer la espada como un engorro inútil para salir huyendo a toda carrera rumbo a la calle del Lobo.
Ninguno hace el intento de seguirlo. Lope se inclina junto al caído buscando señales de vida. Está bien vasido, muerto, decide Valsaín sin acercarse: después de una turronada como esa no hay más que plantarlo en el cementerio. Da media vuelta y se aleja sin decir palabra. Se va con la conciencia tranquila. Marcela y Lopillo no quedarán huérfanos, no pasarán por las mismas penurias que él tuvo que sufrir de niño. Tampoco se vio obligado a traicionar a su gente. Jamás soplón, jamás abanico, nunca cerbatana. Antes de doblar la esquina en la calle del León se vuelve a ver si Lope de Vega prosigue sin sobresaltos el camino a su casa. Cree distinguir al farfaro poeta de rodillas todavía junto al cadáver del desconocido, muerto inconfeso, rezando tal vez una jaculatoria por el eterno descanso de su alma.

Fragmento de Amarilis, de Antonio Sarabia

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En el marco de la 42 Feria del Libro de Valladolid (España) se está desarrollando en estos días el I Encuentro Internacional sobre Novela Histórica coordinado por el profesor Carlos García Gual. Desde el pasado día 7 y hasta el próximo domingo 10 de mayo, Valladolid recibe a los más actuales y destacados escritores del género: Carmen Posadas, Carmen Riera, Gisbert Haefs, Antonio Sarabia y Alfonso Mateo-Sagasta, entre otros.

Mañana 8 de mayo a las 20:00, en el recinto de la feria de Valladolid, Antonio Sarabia, participará en una mesa titulada: La imagen de la literatura en la novela histórica. Lo acompañan Alfonso Matteo-Sagasta y Martín Domínguez, la presentación estará a cargo de Luis García Jambrina. Aquellos que se encuentren en Valladolid no deben perder la oportunidad de escuchar a este destacadísimo grupo de escritores.

Antonio Sarabia (México, 1944) es de los autores latinoamericanos que más han destacado en este género. Su novel Amarilis (Verticales de bolsillo, 2009) es, desde su primera edición en 1991, una obra de referencia en el mundo literario de lengua española. La última novela de este autor mexicano radicado en Portugal se titula Troya al atardecer (Belaqva, 2007). Con esta obra ganó el año pasado el Premio Internacional Espartaco a la mejor novela histórica editada en el 2007.

Alfonso Mateo-Sagasta (España, 1960) es autor de tres novelas históricas: El olor de las especies (2002), Ladrones de tinta (2004) y El gabinete de las maravillas (2006), estas dos últimas galardonadas con el Premio Espartaco en 2005 y 2007 respectivamente. Este año publicó, Las Caras del tigre, una novela que partiendo de una investigación científica desemboca en una trama policiaca con una revelación sobrecogedora.

Martín Domínguez (España, 1966) ha publicado varias del género histórico, entre ellas destacan: El regreso de Voltaire, premio Josep Pla 2007; Las confidencias del conde Buffon, premio Crexells, Andrómina y de la Crítica de la Universidad de Valencia y El secreto de Goethe, premio prudenci Bertrana y la Crítica de la Universidad de la Valencia.

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Yo soy como el picaflor
POEMA QUE NO ES DE BRECHT

por Ricardo Bada

 

Por todo el mundo de habla castellana, y Colombia no debe de ser una excepción, circula un poema firmado por Brecht y que no es suyo, ni siquiera lo robó, como tantas veces hizo.

Es un poema datado en 1945 y que dice así, traducido por mí directamente del original:
«Cuando los nazis buscaron a los comunistas / me callé / porque yo no era comunista. //
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas / me callé / porque yo no era socialdemócrata. //
Cuando buscaron a los católicos / no protesté / porque yo no era católico. //
Cuando me buscaron a mí / ya no había nadie / que pudiera protestar».

Recuerdo la primera vez que lo vi, me eché a reír, y me preguntaron por qué tanta hilaridad después de leer un poema tan serio. “Porque no puede ser de Brecht”. Tan seguro lo afirmé que quisieron saber las razones de mi certeza. “No hay sino una: el primer verso. Brecht era un cínico de siete suelas, pero no hasta el punto de escribir un poema afirmando que se calló porque no era comunista”.

Lo cierto es que pensé que todo se reducía a un error, y ni siquiera sabía quién pudiera ser

el autor de aquellos versos, pero con una regular insistencia me seguí encontrando el poema (eso sí, siempre en español) atribuido a Brecht. Comenté el tema con mi esposa, y ella creyó recordar haberlo leído alguna vez, en alemán, en los boletines de amnistía internacional.
Le rogué que tratase de ubicarlo, se puso en campaña, y lo encontró.

El autor fue el pastor protestante alemán Martin Niemöller, uno de los pocos ciudadanos del III Reich que se enfrentó a pecho descubierto con la barbarie nazi, sobreviviendo de puro milagro a los campos de concentración en que estuvo internado: los lúgubres Sachsenhausen y Dachau.

Ahora bien: una vez establecida la autoría del poema, lo que se planteaba era averiguar cómo
y por qué había sido atribuido a Brecht. Esa indagación me llevó mucho más tiempo, pero al final descubrí de qué manera se armó este malentendido.

En la temporada teatral 62/63, la Asociación de Mujeres Universitarias de Madrid puso en escena dos de las veinticuatro piezas de la obra Terror y miseria del Tercer Reich, de Brecht. Una de las dos piezas fue La mujer judía, y el director evidentemente debía de conocer el poema de Niemöller, puesto que lo integró en la traducción del texto de Brecht.

Pero con el tiempo, lo que no pasaba de ser un legítimo recurso intertextual, degeneró en una presunción tácita de autoría en favor de Brecht. La cosa no deja de tener cierta gracia si pensamos que Brecht ha sido uno de los piratas literarios más depredadores en los anales de la literatura, que entró a saco en la obra de clásicos y contemporáneos sin ningún escrúpulo y sin ningún remordimiento. Y el que a esta genial sanguijuela le hayan hecho el regalo de un poema que no robó él mismo, no deja de ser una simpática ironía de Clío, la diosa de la Historia.

Nota: Este artículo se publica en Inventrio gracias a la generosidad del escritor y periodista español Ricardo Bada, su autor.

Etiquetas: autores alemanes, autores españoles, Bertolt Brecht, Martin Niemöller, poema que no es de Brecht, poemas sobre el tercer Reich, poemas sobre Sachsenhausen y Dachau, Ricardo Bad

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El próximo 1 de marzo se cierra la convocatoria del Premio Internacional Martín García Ramos que entrega anualmente el IES homónimo en Albox, Almería. Aliento a los poetas jóvenes de lengua española a enviar sus libros inéditos. El premio ofrece 6.000 euros además de la publicación del poemario que, apartir de este año, estará a cargo del editor César Sáenz de la editorial española Difácil. Otra ventaja es que se puede participar a través de correo electrónico, lo que facilita el envío desde otros países. Los dejo con una muestra de poemas de los ganadores del premio en 2006, 2007 y 2008. Incluyo un par de mis poemas porque tuve la fortuna de ganarlo en 2007. Buena suerte para los que decidan concursar. Para consultar las bases hagan click aquí.

 

Carlos Contreras Elvira (Burgos, España 1980). Premio MGR 2006 por su libro BILDUNGSROMAN

PALABRAS A UNA MUCHACHA GORDA

Mueves los muslos como si supieras
que eres heredera de una historia repetida.
Oscilas las caderas
con la seguridad de quien conoce
que la moda es lo primero que se pasa de moda.
Pero también te preguntas si es sólo por lástima
que el chico de la barra te sonría
y crees que tu vida es sólo una isla
en los ojos distantes de los otros.
Cierto día quemaste tus peluches
por ver arder con ellos
el principio y umbral de tu tristeza,
pero, a pesar de todo,
bailas con la energía secreta de la piedra,
con un antiguo don de fuente o labio.
A pesar de ti, enseñas el ombligo y ríes:
sabes que la poesía también te necesita.

 

BRONX INTERIOR

Estacionaba su cuerpo en mí de noche en noche
como quien aparca una limusina
en una calle humeante, oscura, del suburbio.

Ataba mis muñecas al marco de la cama
(odiaba que tocara el satén de su corpiño)
y con la corbata de twill negro de su chófer
conseguía lo que otras bajando la persiana:
doblaba mi mirada
como si de una esquina del barrio se tratara.

Después -ignoro cómo-
se inventaba la puerta de una excusa
por la que se marchaba de puntillas
dejando tras de sí un rastro tan nuevo
como el recuerdo de lo que nunca ha sucedido.

Y allí quedaba yo: solo, atado, absurdo, ciego.

 

 

Lauren Mendinueta (Barranquilla, Colombia 1977). Premio MGR 2007 por La Vocación Suspendida. 

OLVIDO DE MÍ

Octubre ha llegado dominado por las lluvias,
y los demás meses lo han seguido hasta aquí.
De repente este amontonado tiempo lo llena todo,
el verde de la casa, las sillas, la manta que cubre el piso
cuando en el verano me recuesto a leer.
En mí no es posible el abandono del tiempo,
la gracia que supone el olvido
me hubiese salvado de esta invasión.
Ahora debo caminar con cuidado
para no maltratarme con tantos recuerdos.
¿Me engañaré o será verdad lo que voy a decir?
Renuncio a esta visita, no le temo a la soledad.

 

LA TORRE DE MARFÍL

El mundo es una torre de marfil, en vano
busco una puerta en sus paredes curvas.
Parezco una actriz representando a un borracho,
camino tratando de hacer una línea recta,
nunca eses. No soy una profesional
de la actuación, ni siquiera me le parezco,
pero caminaré tratando de hacer una línea recta.
A veces me siento frente al ordenador y busco
toda clase de cosas, desde zapatos hasta amor.
Y sí, todo lo encuentro allí, porque el mundo es una torre
y estoy atrapada con todo lo demás, es inevitable.
Cuando me miro al espejo me sorprende lo común
que parece mi rostro, y me digo:
es bueno ser tan común, no te asustes.
Vuelvo a sentarme frente al ordenador y encuentro
las mismas cosas, todo, todo, hasta el amor.
Y allí mismo, tecleando,
trato de comprender
por qué me siento libre en la jaula del pájaro.

 

 

Sara Herrera Peralta (Jerez de la Frontera, España 1980). Premio MGR 2008 por su libro De Ida y Vuelta.

[6. BERCY]

Desesperados buscando una mayoría suficiente. Esperar el turno. Nuestro turno.

El cielo estará nuboso y se producirán chubascos. Borrascas fuertes.
La muchacha del oeste es una niña con trenzas. Los pies colgando.
La vida pasa a un ritmo ilegítimo y ella sonríe:

la infancia es humilde e ignorante, destapa al vagabundo.

Madre, no veas en mí el llanto de los ángeles ni las hojas esparcidas del otoño.
Los rebaños se hicieron para otros: yo quise ser más fuerte.

Y alza la cabeza y abre sus ojos como quien observa el mundo
con coraje y alegría.

La niña desciende la mirada

[y sus ojos se vuelven transparentes].

Quién será ella, dentro de unos años,
en otras paradas, en otros santuarios, en otros precipicios.

En un segundo la luz se apodera de los inocentes.

Y volvemos, siempre, a comenzar.

 

[8. CHEVALERET]

Hay parámetros decimonónicos en cada barandilla.
Responden a las necesidades de los viejos, a veces de los niños.

Nos sostienen bajo el techo.

Un sostén para las almas, son grises como el humo.
A veces, sobre las tierras quemadas del vagón de metro
se despiertan las voces de los inconscientes.

Cuánta juventud con cargo, qué infinita extensión del futuro.
Bricolaje inventado:
el debate es siempre el mismo. La segunda jornada. La liga de fútbol.
Monótonas, erguidas: siempre ahí.

El sostén, la presencia. Da igual en qué tarea,
no importa en qué memoria. Hay componentes estáticos que brillan a nuestro alrededor,
cubiertos de grasa, para permanecer aunque el tiempo pase,
aunque la vida se agilice, aunque sigamos este túnel
que nos lleva
desesperadamente
a ninguna parte.

 

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Este martes 25 de noviembre se conmemora el natalicio de Lope de Vega (Madrid, España, 1562-1635) uno de los grandes genios de la literatura española y, sin lugar a dudas, el poeta más celebrado de su tiempo. Junto con Cervantes, Góngora, Quevedo, Mateo Alemán, Ruiz de Alarcón, Villamediana, Tirso, Calderón, Gracián y tantos otros, compone el llamado barroco español.Una forma de vida, de ser, de vivir, de creer y hasta de hablar, afirma Antonio Carreño en su prólogo a las Rimas humanas y otros versos (Crítica, 1998), comprendida bajo el más pretencioso término de Siglo de Oro.
Hijo de un diestro bordador de casullas y frontales que llegó a coser para la reina, la vida de Lope transcurre en plena España de los Austrias, desde el reinado de Felipe II hasta el de Felipe IV. Para leer el resto de esta entrada visite Los Convidados el blog de Antonio Sarabia (aquí)

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